Entre los directores de comunicación social de las dependencias del gobierno Federal, circula la versión de que quieren convertirlos en simples “voceritos”. ¿Y por qué el diminutivo? Preguntan los analistas bisoños. ¡Pues porque ya existe un Vocero! Así con mayúsculas.
Para quien lo haya olvidado, por decreto presidencial del 22 de noviembre del año pasado, se creó la vocería del gobierno Federal “que intervendrá en el diseño e implementación de las estrategias de información gubernamental, bajo los principios de transversalidad, congruencia, transparencia y rendición de cuentas, en coordinación con las instancias competentes.”
El nombramiento de vocero recayó en Eduardo Sánchez, quien tuvo la misma posición en el CEN del PRI, en la campaña electoral de Peña Nieto y en el equipo de transición. Al arrancar el sexenio fue subsecretario de Normatividad de Medios de la secretaría de Gobernación, posteriormente vocero del gabinete de seguridad del gobierno Federal, y desde hace cuatro meses vocero del gobierno de la República.
Entre las muchas y variadas funciones de la flamante vocería destacan dos que, dicen los estudiosos de la comunicación, han brillado por su ausencia:
III. Coordinar a las áreas de comunicación social de las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal, para dar congruencia a la información que el Gobierno de la República difunda a la población.
IV. Ampliar y, en su caso, precisar la información relacionada con los posicionamientos del Gobierno de la República.
Lo de la “congruencia…” no ha pasado de ser un bonito párrafo en el decreto que instauró la vocería federal o, en el mejor de los casos, un buen deseo de los autores de ese texto legal. En la práctica, prevalece la descoordinación de las áreas de comunicación social de las Secretarías de Estado entre sí, dependencias que parecen tener cada una su propia y distinta concepción de lo que es la relación con los medios y con los comunicadores, que son las correas transmisoras que llevan la información a la sociedad, información que cada secretario de Estado y cada comunicador oficial entiende a su manera. O lo que es lo mismo, en esa materia “cada chango o changa anda en su mecate”
Por lo que toca a la función de ampliar y precisar la información del gobierno, todavía no se ha producido esa importante y útil actividad.
Dicen los estudiosos, que una de las figuras de mayor utilidad teórica en la comunicación social oficial es la del vocero, porque permite librar a su jefe —cualquiera que sea el rango— de la obligación de enfrentar a los medios, pozos sin fondo que demandan información no sólo a diario sino a toda hora. Un vocero establece relaciones cercanas, personalizadas y constantes con los comunicadores, cubre las expectativas de ellos y, simultáneamente, abre espacios de relativa tranquilidad a su superior para que dedique su tiempo y su energía a la actividad de gobierno —si se trata de un funcionario público—, y deja abierta la puerta para que él decida cuándo, cómo, a quién o a quiénes, y en qué condiciones dará personalmente la información que quiera hacer pública.
Los mismos estudiosos abundan sobre el tema:
Existen al menos dos tipos posibles de los llamados voceros: el que cumple esas funciones en la Casa Blanca —y que, en efecto, habla constantemente en representación del presidente— y el ‘ministro portavoz’ que se acostumbra en los sistemas parlamentarios europeos.
El funcionario mexicano que asume esas tareas no se asemeja a ninguno de los dos modelos mencionados, porque jamás lleva la voz y representación del jefe del Ejecutivo. Los voceros mexicanos están lejos de llenar el perfil que requiere esa figura, no por incapacidad o impreparación —que algunos la tienen—, sino porque el sistema no les permite ir más allá de la elemental función burocrática de emitir boletines, bautizados elegantemente como ‘comunicados’, o encargar encuestas.”
No se puede poner en duda que Eduardo Sánchez Hernández esté cumpliendo las tareas que le exige el decreto presidencial, en lo que se refiere a sus actividades oficiales en corto, en el árido y casi invisible trabajo cotidiano de planeación y diseño de estrategias y tácticas de comunicación “bajo los principios de transversalidad, congruencia, transparencia”, etc.
Sin embargo, para los efectos de su contacto público con los medios y los comunicadores —que es la función más importante entre las muchas que tiene— es un vocero que hasta ahora permanece mudo y ausente.
¡Tal vez por eso están pensando en crear “voceritos”!