La Responsabilidad Social Empresarial (RSE), como hemos anotado anteriormente en este espacio, se define como una cultura de gestión sustentada en el desarrollo interno de la organización, una relación productiva con la comunidad, la sustentabilidad y la ética en la toma de decisiones. Su universo de acción es extenso, por lo que a veces puede tornarse abstracto, sobre todo para una organización que no la ha incorporado estratégicamente a su proceso de toma de decisiones.

 

No sorprende, entonces, que muchas organizaciones tomen la salida fácil de confundir todo esfuerzo de RSE con la intención de “ser verde”, sin reparar en ejes como la gobernanza o el bienestar de los empleados. Peor aún, esta intención rara vez se traduce en compromisos que resulten significativos en el largo plazo. El consumidor es bombardeado constantemente con anuncios que promueven la responsabilidad ambiental de las marcas, pero lo cierto es que para el grueso de las empresas -y no me refiero a Pymes o compañías medianas, sino a gigantes con presencia en múltiples países-, el “ser verde” equivale a usar bolsitas biodegradables o promover el ahorro de papel en la oficina, nada más.

 

El deterioro al medio ambiente, empero, aumenta considerablemente. De acuerdo con el Quinto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) -puesto a disposición del público en cuatro partes, la primera de ellas difundida en 2013-, el cambio climático es responsabilidad del hombre y no se ha detenido. De acuerdo con el IPCC, organismo auspiciado por la Fundación de las Naciones Unidas, una buena parte de los desastres naturales recientes está conectada con el cambio climático, incluidos los huracanes que cimbraron a las costas mexicanas el año pasado.

 

El informe es un llamado a la acción: “Las actividades humanas, en particular las que causan emisiones de dióxido de carbono, provocan un aumento sostenido de las temperaturas globales. Aún en el caso que las emisiones fueran hoy completamente detenidas, las temperaturas seguirían siendo elevadas en los próximos siglos debido a los impactos de los gases de efecto invernadero que están ya presentes en la atmósfera como resultado de las emisiones pasadas. Se proyecta que el cambio de la temperatura media global hacia el fin del siglo 21 probablemente excederá los 2ºC. El umbral de los 2ºC se considera la línea divisoria entre un calentamiento que sea apenas tolerable y uno que es peligroso. Limitar el cambio climático requerirá reducciones sustanciales y sostenidas de las emisiones de gases de efecto invernadero”.

 

La segunda parte del Quinto Informe de Evaluación del IPCC, denominada Working Group II, será dada a conocer el próximo 25 de marzo. El reporte ahondará en detalles específicos sobre cómo el hombre ha contribuido a la ruina del planeta. Las empresas están obligadas a ir más allá de los habituales esfuerzos de “green-washing” y adoptar una postura más asertiva frente a este potencial desastre.

 

Lo primero es dejar de especular y desterrar por completo la noción de que el cambio climático es una contingencia menor cuya gravedad no ha sido probada científicamente, como sostienen varios empresarios que aún se niegan a orientar a sus compañías hacia fuentes de energía no contaminante. Tim Cook, CEO de Apple, y Richard Branson, líder de Virgin, dieron un paso significativo en días recientes al anunciar, por separado, que aquellos que no creyeran en la urgencia de considerar al cambio climático como el enemigo a enfrentar en el futuro deberían desligarse de las marcas que representan. Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, también calificó al cambio climático como un peligro para la agenda de negocios del Orbe. ¿Seguirá el resto de la comunidad empresarial estos ejemplos cuando el IPCC difunda el WG II? Ya no hay tiempo para dudas.