Platicada, la idea sonaba simplemente irresistible: una película que parodiara al cine mexicano, que hiciera sorna de todo y sobre todos, que se burlara del cine comercial, del cine “de arte”, del “Nuevo Cine Mexicano”, que hiciera mofa sobre la reciente manía por hacer festivales; una película que incluso se burlara de la crítica de cine en México.
Más interesante aún, que para esa cinta ficharan al mejor comediante mexicano de las últimas décadas, Andrés Bustamante, aquel que reinventara el humor por televisión, aquel que le demostrara al país que no todo tiene que ser albur y doble sentido, el hombre que -siempre con elegancia e inteligencia- nos diera las mejores noches frente al televisor con personajes como el Dr. Chun-Ga, Ponchito, el Antento y muchos más. Aquel que hiciera del mundial y las olimpiadas un evento incluso para aquellos a los que no nos importan los deportes.
Por último, agreguen en la ecuación a Emilio Portes, director mexicano quien con Conozca la Cabeza de Juan Pérez (2008) y Pastorela (2011) puede presumir de mantener vivo el espíritu chocarrero y desmadroso del mejor Tin Tan.
Esa película existe, y sin embargo… la suma de las partes termina restando; el verdadero Crimen del Cácaro Gumaro es que esta comedia no es lo graciosa que debería ser.
Afortunadamente esto no es un Scary Movie, se trata más bien de una serie de gags con múltiples referencias al cine nacional que van medianamente hilados por una trama que se antojaba más divertida: los hermanos Archimboldo (Alejandro Calva) y Gumaro (Carlos Corona), se disputan la herencia que les dejó su recién fallecido padre, el cine piojito del pueblo de Güemez -el Linterna Mújica-, por lo que entablan una guerra sin cuartel por el control del mismo.
La cinta es abundante en los detalles, mismos que le dan una personalidad muy particular y que son donde reside gran parte de los mejores chistes, a saber: los posters parodia, las bromas que suceden al fondo, los gags recurrentes (el cieguito), las referencias escondidas (las playeras de Memito, el look a lo Pepe el Toro de Gumaro), así como los muchos cameos de personalidades varias, algunos más afortunados (Jis y Trino, Chabelo) que otros (¿Juanito?).
La película tiene al menos unos quince minutos de auténtica genialidad: toda esa broma/crítica a los festivales de cine en México, con películas aburridas, “sin subtitulos” pero que se anuncian como el gran evento aunque los invitados sean “puro cartucho quemado”.
Pero a la larga todo ello no es suficiente; las bromas -cada vez más referenciales- rápidamente pierden efecto, la trama se vuelve aburrida, el caos, el relajo por el relajo mismo, se apoderan rápidamente de todo.
¿Cómo es posible que una película con Andrés Bustamante no sea graciosa? Ese es el verdadero crimen de Portes y compañía, hacer de Ponchito, del mejor comediante de México, un ser sin la gracia suficiente como para justificar siquiera su tiempo en pantalla. El cineminuto del mismo Don Cuino (Bustamante) invitando a ver la película resulta más gracioso que la cinta misma.
Acostumbrado al bajo presupuesto y los reducidos tiempos de la televisión, Bustamante siempre fue hábil improvisador, arena de donde sacaba sus mejores gags. En cambio, aquí, con la holgura que otorga el repetir las tomas y la red de protección que te da un guión, el comediante parece atado, constreñido, sin la libertad usual, sin la gracia de siempre.
La esperanza es que Bustamante -quien no ha negado la posibilidad- regrese por la revancha en una película donde el ritmo y las reglas sean impuestas por él, donde el humor y la improvisación (que no el caos) imperen, como en aquellas noches de risa loca frente al televisor.
El Crimen del Cácaro Gumaro (Dir. Emilio Portes)
2 de 5 estrellas.