Tokio. Por segundo año consecutivo el Pritzker ha ido a parar a manos de un japonés, Shigeru Ban, y a pesar de que este arquitecto es considerado un “outsider”  en su país, el premio pone de manifiesto el esplendor que vive la arquitectura japonesa.

 

Este prestigioso galardón considerado el Nobel de la arquitectura ha recaído en Japón en seis ocasiones, tres en los últimos cinco años.

 

Ban se suma a lista de grandes nombres como Kenzo Tange (1987), Fumihiko Maki (1993), Tadao Ando (1995), el equipo de Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa (2010), y Toyo Ito el pasado año.

 

“La arquitectura japonesa está en un momento de verdadero esplendor”, asegura a Efe el crítico Taro Igarashi, que considera que la globalización de los años noventa del siglo XX ha ayudado a los arquitectos nipones a viajar fuera y darse a conocer.

 

Sin embargo, el prestigio de la arquitectura nipona no es algo nuevo.

 

“Es indudable que está en un momento muy bueno, pero lo cierto es que siempre ha generado mucho interés”, recuerda el arquitecto español y profesor de la Universidad de Keio, Jorge Almazán.

 

En ese sentido apunta que los valores que se gestaron en la arquitectura europea de los años 20 y 30 del pasado siglo coincidían con lo que ya se hacía aquí hacía siglos.

 

Además de la tradición, hay otros factores que ayudan a su prestigio internacional, como el hecho de que los arquitectos nipones tengan un vocabulario muy reconocible.

 

“Desde los ojos occidentales, la arquitectura japonesa es una de las pocas que puede llevar la etiqueta de arquitectura nacional. Siempre parece reconocible. Hay una coherencia formal. Además de ser buenísimos son fáciles de entender y reconocer”, apunta Almazán.

 

Todo ello ha ayudado a que la sencillez y formalismo de los edificios de Sejima, Ito, Ando o Kengo Kuma se pueda ver por todo el mundo y el país destaque en arquitectura más que en cualquier otra disciplina artística.

 

La solidez que exhiben los japoneses sorprende incluso en los más jóvenes, que no sienten la necesidad de “matar al padre” y hacer lo contrario de lo que hacen sus maestros, como ocurre en Europa.

 

“Aquí hay escuelas y las nuevas generaciones aplican todo lo que han aprendido y a medida que van evolucionando llegan a superar a sus maestros”, explica Almazán.

 

En ese sentido, destaca el caso de Toyo Ito, que enseñó a Sejima y esta a su vez ha sido la maestra de Junya Ishigami, una de las grandes promesas.

 

Precisamente, el último Pritzker reconoce que la solidez de los arquitectos japoneses, también de los jóvenes, está bien reconocida fuera del país.

 

“Siempre digo que los arquitectos japoneses están en una situación favorable porque las técnicas de construcción de Japón son de muy buena cualidad y siempre se acaban las obras en el tiempo establecido”, explicó a Efe Toyo Ito desde su estudio de Tokio.

 

De lo que no cabe duda es que en Japón ha sorprendido el reconocimiento a Shigeru Ban, una arquitecto más valorado y reconocido fuera que dentro de su país.

 

En primer lugar, Ban estudió en Estados Unidos, a diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, y desde el principio de su carrera trabajó en el extranjero.

 

A Ban le va como anillo al dedo la expresión japonesa ronin -un samurái sin señor- ya que no pertenece a ninguna de las escuelas niponas de arquitectura, y nunca solía aparecer entre el elenco habitual de las estrellas de su país.

 

“No cabe duda de que la forma de hacer la arquitectura de Shigeru Ban es diferente. Su novedoso método de construcción prioriza los materiales sobre la forma, lo que le hace único”, señala Igarashi.

 

El crítico considera que su obra se identifica como japonesa en el extranjero por el uso de la madera y el papel, algo que la hace ligera y luminosa, pero en Japón su visión práctica de la construcción se percibe como estadounidense.

 

Quedan otros muchos que podrían ganarlo pronto, como Arata Isozaki o Kuma, y seguir con la racha de esplendor y reconocimiento. EFE