En el corrillo que se formó ayer en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, con motivo de la entrega del Premio Cervantes a la escritora Elena Poniatowska, se adivinaba quién llegaba de México por la vestimenta. En el clasicista patio Santo Tomás de Villanueva, una soleada mañana de abril, las mujeres con sus vestidos más alegres y coloristas, eran –como no podía ser de otro modo- mexicanas.

 

Guadalupe Loaeza vestía una hermosa camisa bordada con hilo dorado. Había viajado hasta España para acompañar a su gran amiga y maestra Elena.

 

Se conocen desde hace más de veinte años, cuando el Premio Cervantes 2013 a comienzos de los 80, reunía en su casa de Chimalistac, a quienes serían después conocidas escritoras mexicanas: Guadalupe Loaeza, Ángeles Mastretta, Laura Esquivel o Silvia Molina. Algunas obras típicamente mexicanas, Como agua para chocolate o Arráncame la vida surgieron de estas pláticas entre féminas.

 

“Este premio no es solo para el periodismo, es un gran reconocimiento a la mujer”, afirmaba Loaeza en el Paraninfo. La autora de Las niñas bien, veinticinco años después, un ensayo irónico acerca de esas mujeres que sin faltarles de nada, carecían de tanto, platicaba con una elegante y guapísima mujer vestida de rojo, era Roberta Lajous, la Embajadora de México en España.

 

EFE_Elena Poniatowska_Discurso después de recibir premio_3

 

Lee la nota completa de la revista digital VIDA+