Dentro del sobre largamente esperado había seis páginas de documentos del gobierno que aprobaban la solicitud de Carol Tapanila, pero cuando sacó todo el contenido del sobre vio que había algo más.
Su pasaporte estadounidense tenía cuatro perforaciones en todo el documento y su fin como ciudadana estadounidense estaba estampado de manera definitiva con el sello que decía: “Portador renunció”.
Con la llegada del sobre, Tapanila, quien ha vivido en Canadá desde 1969, se unió a un grupo cada vez mayor de estadounidenses que rechazan lo que para millones es un premio difícil de ganar: la ciudadanía norteamericana.
El año pasado el gobierno federal reportó que un récord de dos mil 999 personas renunciaron a la ciudadanía o la residencia permanente. Se supone que la mayoría están impulsados por el deseo de no pagar impuestos u ocultar fortunas, pero la realidad es más complicada.
No cabe duda que los esfuerzos del gobierno por seguir la pista a los ciudadanos que evaden impuestos desde el extranjero han hecho aumentar la cifra, dicen expertos, pero quienes renuncian, un grupo que ha crecido más de cinco veces en comparación con 10 años atrás, con frecuencia contradicen el estereotipo del delincuente financiero porque son personas que viven en situaciones económicas ordinarias.
Algunos dicen ser “estadounidenses por accidente” que recuerdan poco de la vida en Estados Unidos pero nacieron allí. Otros dicen que han renunciado debido a razones políticas, familiares o de identidad personal. Unos dicen que renunciar a la ciudadanía les quitó un gran peso de encima y otros recuerdan que haberlo hecho los hizo sentir muy mal.
Donna-Lane Nelson, quien lleva 24 años viviendo en Suiza, dijo que en el consulado estadounidense en Ginebra “habló con un hombre que me explicó que nunca podría recuperar la ciudadanía. Me sentí como en un divorcio, como un fallecimiento. Salí del consulado y vomité”.
Una de las pocas veces que una renuncia a la ciudadanía estadounidense ha llamado la atención fue cuando el cofundador de Facebook, Eduardo Saverin, tomó en 2011 la decisión de entregar su pasaporte norteamericano tras mudarse a Singapur. Saverin probablemente no tuvo que pagar millones de dólares en impuestos poco después que Facebook salió a bolsa.
Otros estadounidenses ricos que han renunciado a la ciudadanía son Denise Rich, exesposa del financista indultado Marc Rich, quien renunció a la ciudadanía y ahora vive en Londres; y la cantante Tina Turner, quien vive en Suiza desde 1995, y que a fines del año pasado entregó su pasaporte estadunidense.
En años recientes, funcionarios federales han aumentado los operativos contra personas que burlan el fisco en el extranjero, usando una ley que exige que los estadounidenses que viven en el exterior declaren sus activos al Servicio de Rentas Internas (IRS) bajo pena de fuertes multas. Los que cumplen la ley se quejan del alto costo de los contadores y abogados, de tener que declarar los ingresos de cónyuges que no son estadounidenses y de la decisión de algunos bancos europeos de cerrar cuentas a ciudadanos estadounidenses o de negarles préstamos.
La decisión de renunciar a la ciudadanía “la impulsa una amplia gama de emociones… furia, temor, indignación”, dijo John Richardson, abogado de Toronto, Canadá, que aconseja a sus clientes en materia de expatriación. “Pero para muchos no es un asunto de impuestos, para nada”.
Corine Mauch nació en Estados Unidos, hija de padres suizos que estudiaban en la universidad en Iowa. Vivieron en Estados Unidos hasta que ella tuvo 5 años y dos años más después antes de cumplir 11. Mauch mantuvo la doble ciudadanía incluso después que la eligieron al concejo de Zurich, pero cuando la eligieron alcaldesa lo volvió a pensar.
Durante la última elección presidencial en Estados Unidos, “me pregunté de dónde era realmente’. Y la respuesta es clara: de Zurich, de Suiza. Mis nexos con Estados Unidos están limitados a mi infancia”, dijo Mauch.
Los padres de Norman Heinrichs-Gale eran misioneros de Washington que lo criaron en Asia y el Medio Oriente. En 1986 viajó a Austria con su esposa estadounidense y consiguieron trabajo en un centro de conferencias.
En sus viajes anuales a Estados Unidos se sintió cada vez más alejado. “Nunca olvidaré entrar a una tienda de comestibles y ver la enorme cantidad de marcas de cereal”, dijo Heinrichs-Gale. “Me sorprendió profundamente el ritmo de la vida en comparación con lo que tenemos aquí, que asombraron profundamente los extremos de pobreza y riqueza que encontré”.
En el caso de Quincy Davis, el deporte jugó un papel clave en su decisión. Davis, quien creció en Los Angeles y Alabama, jugó baloncesto profesional en Europa. Para 2011 estaba en Estados Unidos estudiando para ser bombero cuando le ofrecieron integrar un equipo profesional en Taiwán, donde ayudó al equipo a ganar dos campeonatos.
Cuando el dueño del equipo le sugirió el año pasado que jugara con el equipo nacional, Davis dijo que no tuvo mucha motivación para mantener su ciudadanía estadunidense.
“Cuando pienso lo que yo era como un hombre negro en Estados Unidos, me doy cuenta que no tuve oportunidades”, dice. “A uno lo discriminan en el sur de Estados Unidos, pero aquí (en Taiwán) la gente es muy amable, te invitan a su casa, son muy cálidos… No hay delito, no hay armas. No me queda más remedio que adorar este país”.
El aumento en las renuncias refleja puntos de vista que evolucionan sobre la identidad nacional, dijo Nancy L. Green, estadounidense y profesora de la Escuela de Estudios Sociales Avanzados en París. Cuando Estados Unidos se fundó, la ciudadanía se definía como por la “lealtad perpetua”, la noción británica de la nacionalidad como derecho de nacimiento que nunca podía cambiarse.
Los colonos estadounidenses rechazaron eso para justificar la toma de ciudadanía de un nuevo país independiente, pero el cambio de ciudadanía no fue aceptado ampliamente hasta la inmigración masiva de finales de los años 1800, dice Green, historiadora especializada en migración y expatriación.
Sin embargo, incluso entonces, artistas y escritores estadounidenses que de mudaron a Europa en los años 1920 fueron criticados porque se sospechaba que lo hacían para no pagar impuestos. Hasta los años 1960, la ciudadanía estadounidense fue un privilegio que el gobierno podía retirar en ciertas circunstancias. Fue sólo desde entonces que la ciudadanía se considera propiedad de los individuos, que pueden mantenerla o renunciar a ella.