Un alma completamente enamorada de lo oscuro, a simple vista, Zdzislaw Beksiński era un tipo agradable, de buena charla y amante de la música clásica (en sí no escuchaba otro género). Su vida fue la danza de la vida misma, por momentos dulce y acompasada cual vals de Strauss y otras una danza macabra y siniestra como la de Preisner (de quien el artista era gran admirador).
Desde sus etapas formativas sus perturbadoras imágenes tuvieron cabida en sus sueños, ello desató la necesidad de plasmarlos en forma de pinturas, las cuales fueron una calca de sus pensamientos. Aquilatado y exhaustivamente detallada, cada obra muestra un único momento donde se narran interminables historias, casi todas enigmáticas y arcanas, pero todas fascinantes.
Fue igualmente minucioso con el pincel o el lápiz, carente de un entrenamiento formal, desarrollo sus propias técnicas usando principalmente óleo y acrílico, cuyo dominio fue absoluto para plasmar la exactitud de sus visiones internas.
Se ha catalogado trabajo suyo no exhibido, pues era meticuloso para llegar a un momento final. Incluso se sabe que quemó obra suya por considerarla “muy personal” o “insatisfactoria”.