Edward Snowden será canonizado en el siglo XXII; frente a la revolución de los datos masivos, la transferencia de información secreta de la NSA (2013) recorre la ruta, no futurista, sino inmediata, de la caricaturización. La concatenación de twitter con la NSA abandonó el terreno de la utopía cinematográfica para cooptar una dulce distopía mundana.
En pocos meses en la frontera entre la NSA y twitter se aposenta una espesa neblina; difícil de identificar los rangos de acción entre ambos entes.
@Anonimo sigue tus tuits; te conoce; te piensa. @NSA conoce la naturaleza de los mensajes a los que les das clics en Facebook. @Mundano te sigue. @Tendencias a seguir.
No hay información secreta (NSA) en el mercado del espionaje gratuito (face to Facebook); Merkel sabe que Obama la espía y Estados Unidos comprende que Israel realiza espeleología en las líneas telefónicas de la Casa Blanca; @Anónimo te sigue porque @tú sigues a Mengano. Personaje obseso que se dedica a fastidiar a los vecinos. Santos intuye que lo espían ojos de viejos amigos; Colombia conoce la mano amiga chavista de la que se sujetan las FARC; amigos de Dilma Rousseff espían a Brasil como Brasil conoce las intenciones de Cristina K; Cuba da luz a las sombras provenientes de Florida. @Anónimo te ha dejado de seguir.
Sólo los republicanos en armonía con la secta del Tea Party etiquetan a Snowden de criminal; yihadista tropicalizado que eliminó la metáfora del hegemón: su milagrosa omnipresencia.
Adiós a los teléfonos rojos, bienvenida la contribución oclócrata de Silicon Valley, o si se prefiere, del cártel de los espías amigos. Seis años atrás Obama pensaba que el uso de Blackberry le transfería rasgos transmodernos; hoy, no habla de sus contactos en WhatsApp porque se percató de que la tecnología puede convertirse en arma de destrucción masiva de la intimidad.
En tiempos remotos Hillary Clinton concibió a Silicon Valley como el ejército sin armas que dedicaría su energía a desmontar dictaduras; uy. WikiLeaks la enmudeció. Así nació el parteaguas de la época transmoderna: antes de Wikileaks (a.W.) y después de Wikileaks (d.W.).
Así como Obama sabe que Israel lo espía, los anónimos de la oclocracia se regodean obsequiando datos e imágenes íntimas. Es la tendencia del segundo, la moda. Si no se pueden obsequiar datos se venden.
Shawn Buckles, cibernauta holandés, decidió subastar sus datos (El País, 4 de mayo).
Sí, copyright a las estupideces cotidianas: me levanto a las seis, tomo una cerveza Coronita sin que mis jefes se percaten al finalizar la mañana. Mi cantante preferida es Miley Cyrus, y en especial, la pieza “We can´t stop” me anima a vivir. Lo anterior, más 27 mil caracteres sin espacios repartidos en múltiples redes sociales tuvo un precio de 350 euros (seis mil 300 pesos).
El face to Facebook ya fue asimilado; el referéndum Twitter también. El referente cuantitativo explica el fenómeno. Se estima que 90% de los datos acumulados en el mundo fueron generados durante los últimos 730 días. Debajo de la meta admiración, las cifras son líquidos que se evaporan al segundo: al día se escriben 400 millones de tuits y cada 60 segundos nacen 600 blogs (Big data; la revolución de los datos masivos. Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier. Editorial Turner).
Con el volumen de datos (big data) se logra despejar la ecuación: tendencias + x= proyecciones. En pocas palabras, Nostradamus se ha convertido en un individuo mundano. Las predicciones del comportamiento humano revelan la disminución de los grados de libertad humana. En el siglo XXI Napoleón no cometería el error de enviar 422 mil soldados a terrenos desconocidos bajo atmósferas climáticas insoslayables: con una tableta en la mano y la descarga de un par de aplicaciones, no hubieran regresado a París sólo 10 mil soldados.
¿Libertad o el fin de la imaginación? La oclocracia es el infierno de lo igual (face to Facebook). La tecnología de la elección no es una elección. Se trata de un algoritmo publicitario que se alimenta de datos. One click, escribe Amazon; te conocemos, expresa Amazon; te consentimos, compra Amazon.
Snowden no será santo súbito, pero en 200 años los historiadores se encargarán de recuperar la división de dos épocas: a.W. y d.W. En la primera al espionaje se le consideraba delito, mientras que en d.W. el espionaje se convirtió en juego.