El presidente Enrique Peña Nieto se propuso encabezar las mayores reformas económicas de las últimas décadas para impulsar y sustentar un crecimiento económico que el país no ha visto desde la década de los años sesenta.
Para ello se planteó un pacto político para construir una ambiciosa agenda de reformas que incluyó al sector de las telecomunicaciones, al sector financiero, a las relaciones laborales, al sector educativo, a las reglas de la competencia económica, a las reglas político-electorales y, como cereza del pastel, al sector petrolero. En suma, una agenda de transformación económica inimaginable hasta hace poco por la complejidad de su ejecución política.
El largo y sinuoso camino de esta estrategia reformista ya fue recorrido en un buen trecho. Los cimientos legales de las reformas contenidas en los cambios constitucionales ya se dieron. Ahora Los Pinos y la clase política están trenzados en la construcción del entramado legal que deberá -en el papel- responder a los cimientos puestos en la Constitución. Con todo, y a pesar de que no se cumplan a cabalidad las altísimas expectativas creadas, el avance en el logro de los objetivos trazados en la estrategia reformista de Peña Nieto, será innegable. Y, claro -en esa lógica y con esos resultados- también habrá pavimentado la reelección priista para el siguiente sexenio.
Sin embargo hay un enorme “pero” en la estrategia económica que ha seguido hasta ahora Peña Nieto y que pueden -desde ya- convertirse en sus jinetes del Apocalipsis, esos caballeros de la destrucción que estropeen sus ambiciones reformistas.
Un primer jinete de la economía es la enorme informalidad que existe. La informalidad -en su modalidad más amplia- continúa extendiéndose como lo muestran los datos de INEGI y abarca a 58.2% de la población ocupada, 28.7 millones de mexicanos. Una enorme masa de mexicanos que subsiste bajo condiciones de inestabilidad laboral, de fragilidad legal y al margen de la seguridad social.
Pero para hacer frente a esta realidad -a través de incentivos a la economía formal- no existe una estrategia desde el gobierno. Todo lo contrario. La reforma fiscal que planteó el Presidente, y que aprobó el Congreso, incentiva la informalidad colocando “pies de barro” a la reforma financiera, a la
reforma laboral y al crecimiento de la economía. Un peligroso jinete para su estrategia.
El segundo jinete de la economía es la abrumadora precariedad del ingreso que se sigue extendiendo entre la población. Las cifras son devastadoras: 18.6 millones de mexicanos ganan hasta dos salarios mínimos, sin contar a los 4.1 millones que no reciben ingresos y 5.6 millones que no especificaron su ingreso en la encuesta de INEGI. Sólo 3.7% de la población ocupada en el país tiene ingresos por encima de los 5 salarios mínimos, unos 10 mil pesos mensuales. Y las cifras del ingreso personal no han parado de deteriorarse en los últimos años.
Aquí tampoco hay una estrategia pública deliberada para crear empleos de buena calidad con objetivos específicos sobre el poder adquisitivo, sobre el consumo y el crecimiento de la economía. Este jinete, que es el causante de los bajos niveles de confianza y de aprobación presidencial, tiene una fuerte incidencia en la sustentabilidad del crecimiento a mediano plazo.
Dos peligrosos jinetes de la economía que amenazan el éxito reformista del Presidente.
SÍGALE LA PISTA…
Por cierto, ¿cuándo el Presidente tendrá a bien promulgar la nueva Ley Federal de Competencia Económica que aprobó el Congreso a finales de abril? Y es que ya ha transcurrido una quincena y aún no se sabe nada. Todo parece indicar que en Los Pinos están buscando un hueco en la agenda del Presidente para hacerlo con “bombos y platillos”, ahora que tanto se necesita cambiar el ánimo de los pesimistas.