Mucho se ha comentado sobre los ajustes que haría el presidente Enrique Peña Nieto en su gabinete una vez aprobadas las leyes energéticas, previsiblemente hacia mediados de año, y de cara a las elecciones intermedias de 2015 que serán una medida de lo que vendría en las presidenciales de 2018.
Algunas de estas versiones, interesadas o no, han lanzado nombres al ruedo de los cambios como el del secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, y el de la secretaria de Salud, Mercedes Juan, entre otros. Aunque el nombre que ha sonado con mayor insistencia cuando se habla de los primeros cambios en el gabinete es el de Rosario Robles, la actual secretaria de Desarrollo Social.
Evidentemente que las versiones filtradas a la prensa de cambios como los mencionados están a la orden del día desde los escritorios de quienes buscan que se den estos movimientos.
Sin embargo, en el caso de la política social del gobierno -y particularmente de la política de combate a la pobreza- hay un cuestionamiento mucho más a fondo sobre los resultados que programas como Oportunidades han arrojado en los últimos años. Claro que esta situación no se arregla solamente con un cambio de titular de la secretaría, sino que requiere cirugía mayor a las políticas y programas estrella que se vienen aplicando.
Ya hace tiempo el secretario de Hacienda, Luis Videgaray -retomando los análisis al respecto publicados por Santiago Levy- había hecho un comentario público sobre uno de los grandes problemas que enfrentan los actuales programas de salud popular y de combate a la pobreza, como Oportunidades, en referencia a que éstos alientan la informalidad.
El problema es que la política de combate a la pobreza que impulsa el gobierno no ha logrado romper con el círculo perverso intergeneracional de la pobreza entre la población y ni siquiera se tienen datos concretos al respecto.
No sabemos, a ciencia cierta, cuántos de los niños que son alimentados y educados por Oportunidades desde hace 17 años -cuando inició el programa- continúan sus estudios medios y/o laboran en el sector formal de la economía. Es decir, el gobierno no tiene una idea precisa del grado de éxito que tuvieron los bebés y los niños becados por Oportunidades hace más de década y media y que ahora son jóvenes.
Existen algunos estudios que nos ofrecen una idea aproximada de qué es lo que está ocurriendo con esta primera generación de jóvenes becarios de Oportunidades. Los resultados no son para presumir porque los estudios de Coneval nos dicen que los niños becarios del programa tienen una fuerte tendencia a heredar la ocupación de sus padres, particularmente en el campo, reproduciendo el círculo de pobreza. Y es que la ausencia de programas productivos y de empleo limita la capacidad de estos jóvenes para mejorar su ingreso.
Un estudio de la Fundación Ethos, que entrevistó a jóvenes becarios de Oportunidades, concluye que las expectativas laborales de estos muchachos son bajas y no tienen contemplado conseguir un empleo en la economía formal, por lo que el programa no logra cambiar sus aspiraciones.
Es decir, Oportunidades, si bien es una especie de débil barrera de contención para la extensión del número de pobres en el país a través de políticas asistencialistas, no tienen ninguna conexión con el desarrollo de habilidades y capacidades de esta población y mucho menos ofrece la posibilidad de inserción en el mercado laboral.
Ello conduce a que, a pesar de los multimillonarios presupuestos anuales que se le asignan, el programa no sólo no ha logrado contener con éxito la extensión del número de pobres, sino que se ha convertido en una fábrica de informales como lo muestran las estadísticas.
En todo caso, y para estos efectos, el sonado cambio de la titular de la secretaría es un asunto menor, frente a las transformaciones que requiere la política social.