Calificar al proyecto arquitectónico ejecutivo como “válvula de escape”, suele aludir al lugar común de descalificarlo como excusa recurrente para justificar la incompetencia, la falta de capacidad, o simplemente el desconocimiento del proyecto por parte de algunos constructores: “es que el proyecto no especifica, viene con incongruencias”.
Pasa todo el tiempo para disculpar retrasos, más bien. Hablando desde la experiencia propia en algunas obras públicas de arquitectura, el proyecto ejecutivo se desarrolla, se entrega, después tarda algún tiempo considerable en “darse por recibido”, e inmediatamente se concursa su ejecución previa convocatoria, a veces con algunas juntas de aclaraciones, y la constructora equis gana el concurso. Pero ¿cómo?, muchas veces con presupuestos realizados a partir del catálogo de conceptos que los proyectistas integramos, muy -pero muy- resumidamente.
En realidad cada caso es muy diferente; la experiencia que adquirimos se antoja tan inútil como explicar los contratos que firmamos para poder realizar nuestro trabajo en el “anexo a” que describe los tiempos, alcances y productos de nuestros servicios profesionales. Las constructoras no siempre inician las obras conociendo el proyecto al detalle… los procesos de adjudicación de obras también tienen sus oscuros asegunes, suele pasar eso de que entregamos cientos de planos y “ni los vieron”, solo revisaron algunos conceptos del catálogo y de los planos estructurales, que son los favoritos de las constructoras a pesar de la imprescindible leyenda: “Los planos arquitectónicos mandan sobre los estructurales”.
Así, cada quien desarrolla su forma de “transitar de los trabajos de gabinete a los de campo” con infinidad de aduanas, variables según el caso de la dependencia, y con todo -casi siempre bajo el yugo de la fecha de entrega- cumplimos, y nuestros proyectos construidos por constructoras equis han quedado razonablemente bien terminados, a saber de los “vicios ocultos”. ¿Pues cómo? Evidentemente se trata de una especie de habilidad profesional que acabamos por desarrollar a partir de la inexistencia de normas que protejan nuestros intereses “arquitectónicos” en cuanto a la calidad. El arquitecto debe ser conciliador, más le vale.
Cuando la escala es mayor las empresas supervisoras o coordinadoras de proyectos juegan un papel fundamental en la interlocución del proyecto y la obra, pero ¿qué significa ejecutar o construir un proyecto arquitectónico o urbano?
Habría que ir más allá de la coordinación y contratación ordenada de todos los trabajos, oficios, especialidades y subcontratos que intervienen en el proceso de construcción u obra: albañilerías, carpinterías, herrerías, instalaciones, etc.
Es una pregunta que resulta esencial: una cosa es de qué estará hecho, y otra es cómo se hará, y ambas respuestas deberían estar en el proyecto ejecutivo, aunque el cómo se hace siempre se cuestiona de acuerdo a las facultades del constructor o ejecutante: “qué tal si esto mejor lo hacemos así…” Muchas veces, cuando no es tan relevante para nuestro proyecto preferimos adoptar criterios del constructor… ¡y qué tal si lo hacemos asado!
Hasta aquí esta parte de la reflexión, seguramente incompleta, que podría aproximarnos hacia más sustancia para una Ley de Proyecto Público sólo en su etapa de proyecto ejecutivo, claro, amén de que las distintas etapas del desarrollo de un proyecto -descritas en los aranceles del Colegio de Arquitectos- deberían revisarse también en ese sentido: Recuerdo una entrevista al arquitecto neoyorquino Peter Eissenman que al ser cuestionado sobre su proyecto para la Ciudad de la Cultura de Galicia argumentaba que su despacho estaba a cargo del “Proyecto Definitivo”, y que su redacción para hacerlo “ejecutivo” estaba a cargo de otro despacho local que conciliaba con las empresas constructoras, muy interesante…
Las obras están determinadas siempre por las variables tiempo, dinero y calidad, y en mi percepción la mayoría de los arquitectos seguimos colocando “calidad” en el vértice superior del triángulo formado por esas variables, me incluyo. “Solo hay una forma de construir: bien”, decía el Arq. Antonio Attolini Lack, a quien recordamos siempre por la calidad constructiva de su arquitectura; él construyó prácticamente la totalidad de su obra que fue “no pública” mayormente (creo que a excepción del edificio de la AMA), y su afirmación animaría a cuestionarse cómo podríamos aspirar a tal calidad en nuestra obra pública. En principio asumiendo que el término “calidad” no tiene porqué ser un lujo inalcanzable, sino una obligación compartida por todas las partes involucradas en los procesos de construcción.