La política se ha vuelto negociación de acuerdos, no logro de consensos. La aprobación de las reformas electorales en el Senado de la República ofrece un ejemplo de las nuevas formas de transacción política al margen de las propuestas integrales de gobierno y de partidos.

 

Se trata de un modelo aplicado en los parlamentos de Inglaterra y Estados Unidos. No es estrictamente una forma de democracia sino un mecanismo pragmático de aprobación de leyes. Se llama logrolling, un intercambio de favores: aprobar una ley que interesa a un partido a cambio del voto a una ley que le interesa al otro partido, estudiada por Gordon Tullock en Los motivos del voto.

 

Esta técnica parlamentaria comenzó a ser utilizada en México cuando el PRI perdió la mayoría absoluta en el Congreso pero necesitaba aprobar presupuestos sin modificaciones que afectaran programas de gobierno. A cambio de votar casi sin cambios la ley de ingresos y el presupuesto de egresos, Hacienda dejaba un millonario fondo especial para que los legisladores se lo repartieran entre ellos para obras en sus distritos.

 

El logrolling pudo conseguir los votos necesarios para las reformas constitucionales estructurales de finales de 2013. La ley energética del presidente Peña Nieto, por ejemplo, estaba en la lógica de las propuestas del PAN, pero los panistas no quisieron votar por ellas sin obtener algo a cambio; por eso exigieron una reforma electoral antes que la energética; una vez conseguido el objetivo que al final de cuentas tampoco afectaba al PRI, el PAN votó a favor de la modificación de los artículos 27 y 28 constitucionales.

 

El PRD se ha quedado atrás en estas formas de negociación. Como la política ha perdido el interés por la ideología y como los votantes exigen como resultados los beneficios propios -presupuestos asistencialistas-, el PRD se ha quedado sin fuerza en la defensa de los principios cardenistas petroleros. La ideología ha sucumbido ante el discurso del pragmatismo.

 

Al final de cuentas, las mayorías tienen el control del logrolling. La operación política del nuevo mecanismo de negociación ocurre sobre las grandes iniciativas de la primera minoría en un parlamento de mayorías -diría George Tsebelis- con jugadores con capacidad de veto. Ahí surgen dificultades en la relación entre las direcciones de los partidos -con un poder acotado por el espacio político- y las jefaturas parlamentarias o los poderes regionales de los gobernadores por intereses encontrados.

 

La existencia del logrolling es otra evidencia de la reorganización in situ del viejo sistema político presidencialista. Los jefes parlamentarios de la primera minoría tienen forzosamente que negociar con los jefes de la oposición. Ahí estalló la crisis en el PAN cuando el dirigente partidista Gustavo Madero perdió el control sobre la bancada en el Senado de Ernesto Cordero. Y aunque Madero ganó la reelección, de todos modos Cordero seguirá como senador y tendrá un grupo -pequeño o grande- que obstaculizará acuerdos cupulares.

 

La tardanza en la negociación de las leyes electorales en el Senado tuvo que ver con las dificultades para el logrolling: el intercambio de concesiones obligó al PRI a cederle algo más al PAN, pero sin perder el control de los procesos electorales que al final del día dependerán más de los aparatos electorales que de las leyes procedimentales.

 

Lo malo de este mecanismo de logrolling es que no conforma una negociación de acuerdos integrales con efectos sistémicos, sino apenas concesiones aisladas que justifican cesiones de votos. Poco importa el ADN del PAN o del PRD en algunas reformas si lo logrado difícilmente cambiará el modelo sistémico, aunque dará suficientes argumentos para justiciar el voto a favor de las iniciativas del PRI.