La frontera entre el espionaje y la ilegalidad se diluye en nuestra era de la hipertransparencia. En menos de 24 horas la noticia de la imputación estadunidense a cinco militares chinos, por motivos de espionaje industrial, fue contenida por la revelación de una campaña de vacunación apócrifa realizada por la CIA en Pakistán en épocas de Osama bin Laden. Los títeres fueron niños; el objetivo: olfatear ADN con vínculos talibanes. Resultado de la misión: fracaso y un médico pakistaní en la cárcel.
Los programas big data revelados por Snowden son caramelos junto a la misión trasgresora de la CIA en contra de los derechos de los niños. La credibilidad del presidente Obama ha mutado, del pacífico Nobel que engrandece a quien lo gana, a la ridiculez. El peor de los estados en los que un presidente de Estados Unidos puede estar. Es una pena.
Algo extraño sucede en el equipo de asesores de política exterior del presidente Obama. Desde que Hillary Clinton abandonó la Secretaría de Estado, la diplomacia estadunidense huyó al vacío. Ejemplo: fue Putin quien marginó a Obama en el conflicto con Siria (Bachar al Asad utilizó armamento químico, es decir, rebasó la línea roja impuesta por Estados Unidos, y no pasó absolutamente nada; nada, que el criminal Asad piensa reelegirse para perpetuarse en el poder); fue Rusia quien negoció con Irán la cancelación de los programas de enriquecimiento de uranio; Egipto, dique de Estados Unidos que ayuda a contener la presión sobre Israel, es un polvorín.
Al parecer, la misión solitaria de Obama en el exterior es alcanzar la paz entre Israel y Palestina. Es en ese tema en el que John Kerry está concentrado. Mientras tanto, Vladimir Putin y Xi Jinping logran una alianza horas antes de que se lleven a cabo las elecciones en Ucrania.
Es China quien llamó a consulta al embajador Max Bacus para regañarlo frente a los medios. Fue Estados Unidos quien le puso sobre bandeja de plata a China la posibilidad de que lo ridiculizara. En efecto, China le agradece a Estados Unidos con un: ¿quién espía más? Gritar ¡castidad! ¡Castidad!, desde un balcón en el que se encuentra Letitia Casta suena a ridiculez. Obama grita ¡no nos espíen! ¡no nos espíen!, durante las horas en las que la CIA promete nunca más realizar campañas de vacunación apócrifas como la que llevó a cabo en Pakistán en búsqueda de la sangre de Osama es políticamente absurdo.
Tiempo atrás los integrantes de la Cumbre Silicon Valley reconocieron la existencia de tráfico de información con la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés). Los cibernautas, contentos con aportar información a Facebook y Twitter, dejaron en un segundo plano el destino real de los datos. ¿Agencias de publicidad? En efecto, pero alguien más: agencias de información.
En ese momento nos enteramos que la entidad que desplazaba al Consejo de Seguridad de la ONU era el cártel del big data: Silicon Valley y la NSA, entre algunos entes devoradores de datos. Son las nuevas instituciones de poder que han desplazado al ejército. Son los drones y no los helicópteros Apache quienes protagonizan batallas “inteligentes”. De ahí que de las reuniones entre Mark Zuckerberg, Jack Dorsey y Barack Obama lo importante no sean los sonrisas que incentivan las hamburguesas light que comen frente a los lentes de los teléfonos móviles, lo importante son los acuerdos no revelados. Lo demás es teatro. Que si Zuckerberg amaga con un pellizco de monja a la NSA por dar likes a medio mundo; que si Dorsey reforzará a los tuits escandalosos.
Lo único cierto es que en la era de la hipertransparencia el espionaje es el deporte más estético en el arte transmoderno.
Es una pena que las expectativas que detonó la figura de Obama hace más de cinco años, hayan desaparecido. ¿Un Nobel de la paz puede permitir campañas de espionaje como la que representó la CIA en Pakistán? El hombre postmoderno de la Blackberry resultó ser uno más de los picapiedra.
Repito, el Consejo de Seguridad cerró la ventanilla desde muchos años atrás. Cometimos el error de no retirar la mirada de los cinco grandes: Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Rusia y China, cuando en realidad lo importante lo estaban consolidando la NSA y los integrantes de Silicon Valley. Ellos son los que han llevado a Estados Unidos al estadio de seguridad cibernética. El estado supremo del siglo XXI. La estrategia sigilosa la rompió Edward Snowden; como preámbulo el show lo dio Julian Assange. En este lapso Washington tuvo que haber reaccionado. Pasamos de los chismes diplomáticos a los big data.
Ahora, Putin le vuelve a ganar la partida de ajedrez a Obama. La alianza energética (aunque en realidad se trata de una sinergia política) entre los presidentes ruso y chino no sabemos el alcance táctico que tendrá. Lo único que sabemos es que el liderazgo y la credibilidad de Obama han sido ya sumergidos… por sus amigos, los chicos de Silicon Valley y de la NSA.