El primer kilómetro de agua del Atlántico, la capa clave en la cadena que transmite al fondo del mar el calor que el océano roba a la atmósfera, está más caliente de lo que preveían los modelos de cambio climático, con temperaturas que superan en muchos casos en 1 grado lo esperado.
Las universidades de Rutgers, Nueva Jersey y Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) acaban de completar un experimento de navegación submarina con planeadores autónomos que ha aportado datos novedosos sobre la salinidad y la temperatura del Atlántico.
El pasado 18 de mayo, las dos instituciones recuperaron en Ubatuba, Brasil el planeador RU-29 Challenger, que habían soltado al mar el 18 de enero de 2013 en Ciudad del Cabo en Sudáfrica, tras cubrir en 478 días un viaje de 10, 400 kilómetros que le había llevado hacia el norte, a la isla Ascensión, en el centro del océano, para luego encaminarse de nuevo, rumbo sur, hacia América.
EL submarino RU-29
El RU-29 es un pequeño submarino de unos dos metros de longitud, con forma de torpedo con alas, que aprovecha la gravedad y la flotabilidad para desplazarse sin propulsión, “planeando” arriba y abajo en el interior del océano en trayectorias parabólicas que lo llevan a 1, 000 metros de profundidad ocho veces al día.
Este submarino autónomo llevaba en su viaje sensores de salinidad y temperatura que han revelado que la capa de agua del Atlántico situada entre 300 y 700 metros de profundidad está más caliente de lo que indican los modelos, según explica a EFE su responsable de navegación, Antonio González Ramos, investigador de la división de Robótica y Oceanografía Computacional de la ULPGC.
“El planeador muestrea un kilómetro de agua, pero este desfase de temperatura y salinidad lo notamos entre los 300 y 700 metros. Por arriba y por abajo los modelos parece que predicen bastante bien lo que ocurre”, señala González Ramos.
El océano, termostato de la Tierra
Este investigador, que tiene una amplia experiencia en este tipo de sondas marinas, subraya que el océano ha cumplido siempre el papel de “termostato” de la Tierra, un regulador climático que absorbe el exceso de calor de la atmósfera y ayuda a suavizar las temperaturas nocturnas y diurnas en los continentes.
“Si no hubiera océanos, estaríamos congelados de noche y de día estaríamos prácticamente asados, porque tendríamos cambios muy fuertes en la temperatura de la Tierra”, relata González Ramos.
El científico precisa que los cambios no son nuevos, se han dado a lo largo de toda la historia de la Tierra y las especies marinas se han adaptado a ellos, incluso a los más drásticos, como los derivados de las glaciaciones. La cuestión es su velocidad.
“El problema es la respuesta a cambios rápidos, porque el océano es muy rápido a la hora de absorber el calor, pero después es muy parco a la hora de cederlo”, señala.
Las especies pelágicas ¿alimentación del futuro?
González Ramos remarca que esa mayor temperatura la han registrado prácticamente a lo largo de todo el viaje, en una franja clave en la cadena de transmisión del calor al fondo marino y donde viven especies mesopelágicas que hoy no se explotan, pero que pueden ser fuente futura de alimentos.
“Ahí tenemos un potencial de biomasa increíble, que llega casi a los 200 metros de anchura. Aparece muy claro en las capas de prospección profunda de las ecosondas en los barcos”, explica.
Se trata de invertebrados, medusas, crustáceos, calamares, extrañas formas de peces… “Biomasa al fin y al cabo”, enfatiza, que en el futuro podría ser un recurso alimenticio para el hombre, lo mismo que hoy se procesan diversas especies de pescado para fabricar la pasta que luego se sirve como “palitos de cangrejo”.