Las personas en silla de ruedas, cuando salen a la calle, son peatones y también son ciudadanos. Tienen una limitación física pero las mismas cualidades que los hacen personas, como las que poseemos quienes no tenemos limitaciones físicas.
Pareciera que en México casi no hay personas con discapacidad, pero la realidad es otra, las personas con discapacidad por lo regular no salen a la calle por la falta de condiciones físicas. Los países que sí han sido inclusivos con las personas con discapacidad, generalmente los desarrollados, podrían generar justo la percepción opuesta: tienen una población con discapacidades mucho mayor. Sólo los tomaron en cuenta y eso hace una gran diferencia.
Con esta preocupación, en el marco del Primer Congreso Nacional de Peatones, tuve la oportunidad de subirme por primera vez a una silla de ruedas. Oportunidad. Hicimos un recorrido con niños del CRIT – Pachuca, 2 kilómetros, del Reloj a la Mina y de regreso. Recorrer calles en una silla de ruedas, no padeciendo una discapacidad, es una oportunidad de sensibilización que no ofrece nuestro andar cotidiano.
Que en México hay coches en casi todas las banquetas, lo sabía; que las autoridades de tránsito de todo el país son indolentes para multar vehículos afectando a los peatones, también lo sabía; que las banquetas son angostas y en mal estado, también; que la gran mayoría de rampas están mal acabadas porque tienen escalones de centímetros que impiden un movimiento continuo de la rueda, lo he podido descubrir antes con las carriolas de mis hijos.
Lo que no sabía es que mis brazos acabarían negros de rozar con las llantas, que debía aprender a bajar y subir escalones “en dos puntos”, o sea, sólo con las dos ruedas grandes, equilibrando mi peso y controlando el giro de las llantas. No había tenido la oportunidad de ver la destreza de los niños para manipular sus sillas pese a las limitaciones de la ciudad. No había experimentado la alegría y entereza de estos niños que, pese a sus limitaciones físicas, tienen la fuerza no sólo para moverse sino sobre todo para ser felices.
A las campañas de fondeo del Teletón sirve mucho que el presidente Enrique Peña Nieto y su esposa aparezcan en la televisión entregando un cheque personal. Seguramente sirve enorme el desfile de políticos. Pero no tengo la menor duda de que a las personas con discapacidad serviría mucho más que el Presidente se subiera una vez en su vida en una silla de ruedas, que anduviera por banquetas angostas, rotas, sin rampas, invadidas por autos, que lo acompañaran la secretaria de Salud, Mercedes Juan López; el de Hacienda, Luis Videgaray; el de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruíz Esparza; todos los gobernadores y presidentes municipales. El chequecito sirve tanto como las lágrimas de la geógrafa Lucero Hogaza, pero servirían mucho más políticas públicas inclusivas, de servidores públicos sensibilizados del problema.
Las cifras no son menores. La discapacidad más frecuente es la discapacidad motriz, con el 58.3%; visual, 27.2%; auditiva, 12.1%. En México, 5.10% de la población padece alguna discapacidad, siendo más alta esta proporción en algunas entidades como el Estado de México con 12% y el Distrito Federal con 8.4%. Son cinco millones 739 mil 270 las personas excluidas por la falta de políticas, según datos emanados del CENSO.
El reto que tenemos es de inclusión, de política pública, de presupuesto, pero en principio es de sensibilización. Algo anda mal cuando contamos con una institución federal, el Consejo Nacional para el Desarrollo y la Inclusión de las Personas con Discapacidad, cuya rampa para acceder a sus instalaciones impide el paso de personas con discapacidad que no van al CONADIS, en la esquina de Dublín y Paseo de la Reforma.
El reto de incluir a las personas con discapacidad no es sólo de rampas o guías táctiles, es mucho más allá, es hacer que la infraestructura y los servicios sean vistos como compartidos, de igual a igual. Hoy la rampa es lo último que se pone, y lo ven como un lastre, en vez de pensar un diseño inclusivo que podría evitar muchas rampas, particularmente las más largas. Sólo por esa imagen puedo tener claro que ni siquiera el CONADIS tiene una visión inclusiva, menos puedo esperarla de otras autoridades.
Generar una sociedad inclusiva no es un costo. Incluirlos significa también considerarlos en los procesos productivos y en la educación. Sólo 29.9% de las personas con discapacidad participa en la Población Económicamente Activa (PEA), contra 53.8% del resto de la población. ¿Hasta cuándo seguiremos excluyendo personas de nuestra sociedad?