La semana pasada abordé el tema de los “emprendedores improvisados”; es decir, aquellos que deciden lanzar un negocio motivados más por el desempleo que por la convicción de materializar un sueño. Estos emprendimientos, apuntaba, pueden ser exitosos o no, pero parten de una base débil que no incentiva el compromiso (¿cuántos de estos emprendedores abandonan su recién lanzado negocio a la primera oferta jugosa que reciben para volver al mercado corporativo?, por ejemplo).
Ahora analicemos el lado opuesto de la moneda. Un alto compromiso, por sí mismo, no es sinónimo de éxito. ¿En qué momento el empeño y la entrega devienen en terquedad? No todos los negocios están destinados a triunfar. Usted ha invertido mucho, tal vez todo, en un negocio cuyo futuro parece sombrío. ¿Abandona o sigue intentándolo? Cuando jugamos a las cartas, creemos que atravesamos por una mala racha hasta ese momento mágico en el que aparece el as. Por otro lado, algunos ludópatas lo pierden todo mientras esperan un lance ganador que nunca llega. ¿Cómo saber si es tiempo de aceptar el fracaso y tirar la toalla? Para dar lugar a tal posibilidad, Helga Drummond y Julia Hodgson, autoras de El Minuto Fatal, el célebre ensayo publicado hace unos años por Business Strategy Review, recomiendan no abandonar un proyecto o emprendimiento sin antes recorrer los siguientes pasos:
Olvídese del pasado, concéntrese en el futuro. Un proyecto que excede el presupuesto merece un análisis crítico. Si alguna otra oportunidad ofrece un mejor retorno sobre la inversión, lo económicamente sabio es aceptarla, aunque esto signifique abandonar una línea de actividad exitosa. Ninguna ley nos obliga a terminar lo que hemos comenzado. Si bien pesa la expectativa de ser coherente y terminar lo que empezamos, a veces exhibimos más debilidad si no le ponemos punto final a un proyecto sin futuro.
No entre en pánico. Nadie que toma decisiones debe tener miedo de escuchar lo peor. Antes de actuar frente a una mala noticia haga lo siguiente: uno, descomponga cada problema en partes; dos, despoje a esas partes de todo ornamento; ahora sí, analice y sopese cada uno de los problemas. Considere el costo de no hacer algo. A veces los individuos conservadores no comprenden que hay oportunidades que sólo surgen en circunstancias en las que lo más tonto sería no hacer algo.
Olvídese de la suerte. Los fracasos previos no necesariamente sirven para predecir las posibilidades futuras. Creer lo contrario es dejar que la vida y el trabajo se rijan por la suerte (o la falta de ella). Cuando algo es importante y cada intento por conseguirlo es independiente del anterior, el curso de acción correcto es seguir intentándolo, aunque sucedan los fracasos. Siga haciéndolo, pero de otra manera. En la filosofía taoísta hay una paradoja interesante, que dice que sólo cuando se ha abandonado toda intención de obtener algo se está en el camino correcto hacia el portal dorado. Cuando algo nos importa, si ponemos excesivo empeño en obtenerlo es posible que fracasemos. Pregúntese por qué el asunto se ha convertido en una obsesión. La objetividad intelectual puede ayudarlo a ver en qué se está equivocando.
Mantenga abiertas sus opciones. En un mundo incierto, una forma de mejorar las probabilidades es añadir opciones.
Nunca tome una decisión por despecho. La tranquilidad es clave en la toma de decisiones. Esto no significa que haya que recluirse en un monasterio. El secreto es dejar que el tiempo haga su trabajo.
Cuando se encuentre expuesto, no vacile. Hay una delgada línea entre tomarse un respiro (preservar las opciones) y caer en la indecisión, que le abre el camino a la inacción. Este riesgo es genuino. Mucha gente que se pierde en el bosque muere porque la indecisión la paraliza y no hace nada para evitar no morir de hambre y frío.