Ayer el ministro de Economía del Perú anunció que la economía del país andino crecerá menos del 5.7% que había estimado el gobierno peruano para este año, aunque no pronosticó una nueva cifra.
La razón es que -después de que la economía peruana creció 4.8% en el primer trimestre- las primeras cifras disponibles para el segundo trimestre están muy por debajo de los pronósticos oficiales. Por ejemplo, BBVA calcula que la economía peruana habría crecido 2% en abril, después del 4.9% de marzo y del 8.7% de abril del año pasado.
Es interesante observar el caso peruano porque su economía ha sido una de las más dinámicas del continente en la última década, a partir de una apertura sin precedentes, de la liberalización de sus mercados y del auge de los minerales arrastrado por la expansión china. Así, la economía peruana creció a una tasa media de 6.6% en los últimos diez años.
Para comparar los resultados del dinamismo en el crecimiento económico entre Perú y México, basta señalar que mientras que en 2004 el PIB mexicano era 11 veces el PIB peruano, para 2012 esta distancia se había reducido a 6 veces, medida en dólares corrientes. Cifras que nos revelan la velocidad a la que están caminando dos economías asociadas en lo que se conoce como la Alianza del Pacífico.
Sin embargo este dinamismo de la economía peruana ha venido sufriendo, esencialmente, los estragos de la desaceleración de la demanda mundial de materias primas.
Por ello los economistas del BBVA estiman ahora que Perú crecerá ‘solo’ 5% en 2014; si bien una tasa de crecimiento anhelada para la economía mexicana desde hace tiempo, para Perú representa una expectativa de crecimiento que preocupa a los economistas locales y que le ha generado críticas al gobierno del presidente Humala a tal grado que se esperan en los próximos días nuevos anuncios fiscales para alentar el crecimiento.
En década y media, el Perú se ‘acostumbró’ a crecer a tasas elevadas por lo que la reciente moderación en el crecimiento mundial y la observada desaceleración de las economías emergentes, le impone consolidar su ritmo de crecimiento –como lo recomendó esta semana James Robinson, coautor de “¿Porqué fracasan los países”?- a partir de la diversificación de su oferta y del fortalecimiento de sus instituciones políticas y económicas que respalden un desarrollo sustentable.
Mientras tanto en México el crecimiento económico sigue siendo una añeja asignatura pendiente y aún los políticos y economistas recuerdan con nostalgia los años del ‘desarrollo estabilizador’ de la década de los sesenta. Las crisis recurrentes de los años ochenta y noventa, ‘acostumbraron’ al país a buscar la estabilidad prácticamente como un fin último, olvidándose del crecimiento sostenido. Los políticos y tecnócratas se enorgullecían de la estabilidad mexicana y la gritaban a los cuatro vientos aunque la inversión, la productividad y la competitividad siguieran estancadas.
Lo valioso de la propuesta reformista del presidente Peña Nieto es que ahora el país –el sector privado, académico, los políticos y los medios- está hablando de crecimiento económico y de los factores que lo producen o que lo impiden. Esta era una discusión silenciosa hasta hace poco tiempo. Claro que otro cantar es la implementación de las acciones para crecer y de la capacidad o intereses de quienes lo ejecutan. Allí el debate debe darse sin concesiones.
Como está ocurriendo en otros países emergentes, el país necesita ‘acostumbrarse’ a crecer. Y eso implica escrutinio y exigencia pública de políticas para un crecimiento económico sustentable y con beneficios colectivos. Un asunto que afecta directamente a los ciudadanos y que exige premios y sanciones de los electores.