A grito pelado se identifica: “¡Me dicen el Charro Negro!”. Bigotón, rellenito, y sombrerudo, es el estereotipo típico del mexicano en el extranjero. Es el aeropuerto de Sao Paulo. El mediodía no quema, al contrario, enfría, y el personaje más pintoresco de la jornada aparece por las puertas de llegadas internacionales: Pero cuál es su nombre: “No lo digo porque la gente ni lo recuerda”.

 

El regordete lleva una playera negra y una leyenda que realza su mote, en la mano derecha una bolsa de plástico negra de ésas que venden por kilo en cualquier mercado capitalino, en la cual guarda más sombreros: “Son para regalar, le encantan a la gente, los cambio por playeras, u otros recuerdos a todos los eventos que voy”.

 

Y no hace mal en presumir, el Charro Negro, asegura que ha seguido a los mexicanos que compiten en el extranjero desde 1988, hoy lejanos Juegos Olímpicos de Seúl, incluso dice que ha perdido las cuentas de los Mundiales a los que ha ido, aunque recuerda que hace cuatro años estuvo en Sudáfrica, en el debut de México contra el anfitrión: Fue sensacional, nos iban ganando, pero al final “je, je, se la pela…”.

 

El Charro Negro es apenas uno de las decenas de mexicanos que se apresuran por los partidos de Sao Paulo. Algunos se toman fotografías con la mascota mundialista, un armadillo amarillento cabeza de balón que se hace llamar Faluco, tanto, que se improvisan filas para llegar al animalillo y tener una instantánea cibernética.

 

Hormiguero futbolero. Las filas de gusano son para recoger los boletos. Colombianos, chilenos, pero sobre todo mexicanos se emocionan, esperan, brincan, hasta que al final, luego de dar sus datos ven salir sus boletos con sus nombres impresos. Es lo más cercano a un orgasmo sobre una imaginaria cama de hierba.

 

“Olé, olé, olé, olé… boleeeeetoooos”; “Yupi, tenemos los tres” muestran un grupo de tres amigos que dejaron trabajo con justificantes y todo en el DF para cargar con mochila, banderas y paliacates hasta Brasil a seguir a la selección.

 

“Cuáles problemas; fue rapidísimo, no hemos padecido”, dicen ante la amenaza de tardanzas y demoras en aeropuertos, aunque luego se traiciona, “lo único malo es que hemos perdido un par de vuelos, y hemos gastado lo que nos ahorramos en los boletos, que aseguran les salieron en 90 dólares, “baratísimos”, porque los compramos desde diciembre.

 

Contraste de culturas, a los brasileños, siempre amables ene l trato, nadie les quita de la cabeza que necesitaban cien cosas más antes que la Copa, a los mexicanos, pues que “Viva México”, porque lo importante era llegar cómo sea a Brasil.

 

Por eso el Charro Negro es más un merolico que un aficionado. Da consejos a quién se deja, le hace plática al que se acerca. Y guarda el tesoro de su bolsa de plástico negra, sombreros de charro, negros con adornos dorados y plateados, algunos más parecidos que otros a los que trae en la cabeza: “Viva México cabr…”, alguno que otro policía lo mira de reojo.

 

Poco importa, es la viva imagen del mexicano en el extranjero, estereotipo maximizado. Qué importa, lo disfruta, pero sobre todo, le satisface no dar su nombre, el que nadie recordará en unos días, como sí el paso del Charro Negro por tierras brasileñas.