Dícese que el chilango es verde desde el extremo más remoto del Polo Sur hasta la Patagonia, y qué mejor que un viaje por la tierra. Del Amazonas para demostrarlo. Trillado o no, Brasil es el sueño más orgásmico para el enfermo crónico de futbol, una Copa del Mundo el éxtasis y ver al Tricolor el paso final al paraíso.
Anochece y Sao Paulo abre un crepúsculo escarlata. Un chilango o defeño o capitalino aterriza con ganas de futbol. Los noticieros prometían 30 grados de sudor, el termómetro marca apenas 16. Nada que altere tanto como la confusa amabilidad del paulista. Sonriente, propositivo, dispuesto, pero al que literalmente no se le entiende un carajo. Su lengua es veloz, la desesperación del que viaja por encontrar el autobús correcto al hotel, mayor.
Gran problema, marchas y manifestaciones han desquiciado centro y alrededores. No hay el prometido autobús que nos llevaría al hotel Matiz. El mapa del celular dice, que sólo 11 kilómetros nos separan del descanso – 10 horas de vuelo, escala en Santiago de Chile, cuatro, horas más hasta Sao Paulo – claro que descansar caería bien. El taxi muerde 32 reales, algo así como 250 pesos mexicanos, 250 pesos mexicanos por 11 kilómetros, es la Copa del Mundo y ver al Tri vale todo: hasta que la tarjeta de crédito reviente.
Qué importa que un agua de medio litro valga cuatro reales -32 pesos -, o que el buffete del hotel cueste 36 reales (casi 300 pesos). Viva la banda magnética del crédito, México juega el próximo viernes y hay que estar en Natal para cantar el himno tricolor… Natal, mañana un vuelo más. Cierto no era el mejor itinerario, pero hoy toda los caminos llevan al primer duelo del Tri. Claro que falta lo más importante: boletos para el estadio, pero qué importa, si en CU, en,el Azteca y el Azul se consiguen ¿por qué no en Natal? ¿A poco no un chilango, defeño, capitalino no todo lo puede lograr?