Uno de las mejores virtudes del biopic como género es echar luz sobre personajes poco conocidos de la historia. Esto es cierto en el caso de Melchor Ocampo, que más allá de su famosa epístola (ya en desuso), carece de un referente tan presente como algunos otros personajes de la historia nacional.

 

Lo anterior no deja de ser terriblemente injusto, ya que Melchor Ocampo es -junto con Benito Juárez- el gran reformador de México, siendo las Leyes de Reforma importante legado que hoy día sigue vigente en la vida política y civil de nuestro país.

 

En Huérfanos (2013), cuarto largometraje de Guita Schyfter, con guión a seis manos de Hugo Hiriart, Fausto Zerón Medina y la propia cineasta; el oscuro origen de Ocampo se equipara al momento histórico del país: al triunfar la guerra de independencia y romper con España (la no por nada llamada madre patria), el país quedaba en cierta forma huérfano, provocando entonces la batalla entre hermanos -liberales y conservadores-, ambos padecientes de una falta de origen (identidad) que los hiciera tener miras de futuro como nación unida.

 

Esa búsqueda por los orígenes marcó a Melchor Ocampo por toda la vida. Huérfano de nacimiento (“expósito”, como se le llamaba a los niños abandonados por su madre), Ocampo jamás pudo descifrar el enigma de su origen: ¿acaso era hijo natural de Francisca Rivera Tapia, la mujer que lo había encontrado (cual Moisés) en una cesta sobre un río?, ¿su padre era un tal señor Ocampo que lo habría registrado en México en 1812 y abandonado en Michoacán?, ¿cuál era la fecha real de su nacimiento?, ¿o acaso podría ser hijo de una prostituta, como alguna vez un cura le insinuaría en el seminario?

 

Y aunque la duda sobre sus orígenes le pesaría durante toda su vida, Melchor Ocampo no quiso entregarse a la inacción; así como tampoco quería que el país se perdiera en ese mismo marasmo de duda e incertidumbre.

 

La cinta inicia en 1961, cuando Lindoro Cajiga (efectivo Germán Jaramillo) hace prisionero a Melchor Ocampo (imponente Rafael Sánchez Navarro) y lo lleva de Michoacán a Tepeji del Río. En el largo viaje, el político, científico y abogado recordará escenas de su propia vida que -a modo de flashbacks– se nos irán presentando. Así sabemos de su llegada a la hacienda de Michoacán, cuando apenas era un infante, a manos de la hacendada Francisca Rivera (Claudette Maillé), su vocación de cura frustrada por su origen bastardo, su segunda orfandad a la muerte de Francisca, su despecho por el modo en que la iglesia lucraba con la fe de sus creyentes, la extraña (por decir lo menos) pero duradera relación amorosa que entabló con su nana (Dolores Heredia), las tres hijas a las que mandaría a un convento sin revelarles la identidad de su madre (oscura ironía al condenar a su linaje de lo mismo que él padecía), su huída a Europa y su regreso a la vida política en México.

 

Con actuaciones irregulares y valores de producción un tanto pobres, es claro que la cinta no busca imitar el ritmo de la biopic clásica con momentos álgidos de heroísmo y gloria, sino más bien se decanta por los pasajes más difíciles y obscuros en la vida de un Ocampo que va dando tumbos. El filme padece de momentos poco logrados (el armado de la escena en el Congreso es para llorar); pero en todo caso sabe salir a flote por la estupenda actuación de Rafael Sánchez Navarro -evitando siempre el acartonamiento- y por lo interesante del guión, en una historia que va más allá del simple recuento de una vida ejemplar para mejor hacer revisión de un hombre complejo, oscuro, siempre culto, que supo restituir aquella primera página faltante en su historia de vida para convertirla en varias hojas de futuro para toda una nación.

 

Huérfanos (Dir. Guita Schyfter)

3 de 5 estrellas.