Generalmente iniciaría esta crónica hablando del número de piezas que conforman la exposición, concentrándome en su descripción puntual o en el concepto general de las mismas. Lo haré en su momento y desde una manera particular.
Pero antes, quiero reflexionar sobre este personaje tan controversial en el arte contemporáneo: el curador, cuestionado por su actitud protagónica y que en muchas ocasiones sobrepasa el propio quehacer del artista. Esta figura no es aquel que va a curar un síntoma, sino quien genera un discurso; un recorrido visual que busca en el espectador despertar una experiencia.
Al final de eso se trata: trabajar desde la imagen y con ello, por supuesto, en la importancia de hacer presentes las posturas y propuestas de estas dos talentosas productoras de objetos visuales/conceptuales: Daniela Edburg y Ximena Labra.
Es de rescatar que la muestra (un recorrido sin duda onírico) cumple delicadamente, desde lo sutil y fluido, con lo que el espectador espera al momento de leer el texto introductorio: “se devela ante los ojos del lector como un lugar para la ensoñación, como un hallazgo que detona reflexiones en torno a nuestra posibilidad de evocar enciclopedias imaginarias para suponer mundos que existen en los lindes de la utopía, la poesía y el mito; y que sólo prevalecen en el territorio del arte para revelar así al espíritu humano”, señala Ariadna Ramonetti.
La curadora logra generar un equilibrio con la obra y el discurso, el cual se refuerza con el aprovechamiento de los espacios de la linda casa que a mediados del siglo pasado era la residencia deEzequiel Padilla, escritor y diplomático mexicano.
Independientemente de si se lee el texto que recibe a los visitantes —algo que por supuesto es lo más recomendable— se puede y es válido decidir entrar de lleno a observar las piezas y enfrentarse directamente al diálogo íntimo al tener frente a frente los colores, jugar con la luz, entenderse en el espacio junto con la pieza, o sentir bajo los pies el crujir de la duela. Todos esos instantes que nos permiten las artistas con sus modos de percibir el mundo. Cada pieza es un repositorio de emotividades. La interacción con los objetos ahí observados hace que el espectador trace sus propios discursos, por supuesto, apoyados en el de las piezas.
Si bien es cierto que se habla en la muestra desde la referencia a la obra con el mismo nombre escrita por Víctor Hugo, se puede disfrutar del encanto de cada pieza aún si no se ha leído ésta. Y eso es lo que da fuerza a lo expuesto. Las obras tienen un aura que envuelve a quien la observa. No es que el discurso en el que se enmarcan sea forzado, es una gran herramienta; pero al tener fuerza propia, las piezas te dejan una sensación de conexión, disfrute, diversión y emotividad. Ésta última se presenta en muchos niveles, y el manejo de los materiales es diverso pero constante en cuanto a la técnica, el contenido y el vínculo de la obra con el espectador.