El chilango futbolero sabrá cuánto ha cambiado la Selección Mexicana desde que Miguel Herrera la tomó. Y no se trata de lo futbolístico, para nada. Sino de que de un tiempo a la fecha el papel que cada uno de los jugadores desempeña como ídolo sabe mejor. La serenata en Fortaleza, fue una muestra. No por el clamor de los que le cantamos a grito pelado el Cielito Lindo a los seleccionados, sino por el detalle de Miguel Herrera y sus muchachos de salir de sus habitaciones para agradecer y hasta cantar con los que estábamos muchos metros abajo.

 

Pero si aquello nos dejó con el ojo de lado, ni hablar de lo que pasó unos días después, cuando en una paseo por una de estas amplias playas brasileñas un grupo que pateaba la de cuero en la arena llamó pasó de un hecho cotidiano a un acontecimiento inolvidable para el aficionado el futbol.  Imagínese la escena. A la distancia un grupo de chicos juegan una cascarita en la playa. Hasta la relación es obvia: Brasil, amor al futbol, Copa del Mundo, todo natural, hasta que ese grupo de seis chicos toma forma; algunos con playera blanca, los menos con el torso desnudo, pero de esas ocasiones que de ojeada uno se pregunta ¿dónde los he visto?

 

Y sí, seis seleccionados mexicanos dándole al balón por el puro gusto del juego, vaya, por puro amor. Raúl Jiménez, Miguel Ponce, Isaac Brizuela, Héctor Herrera, Diego Reyes y Marco Fabián en retadora contra un grupo de jovencitos brasileños con la playa como cancha. Entonces al chilango le regresa aquello que anteriores procesos habían ido quitando: amor, pasión, añoranza por el futbol. La verdadera razón por la que el deporte de la patada a la de cuero vuelve locos a millones.

 

Un grupo de seleccionados al alcance de su afición. Listos para tomarse la foto después de soltar las piernas lejos del orden táctico, de la exigente pizarra; pues si por eso este deporte es el favorito de la mayoría de los chilangos; porque los hombres que lo juegan tienen dos piernas, dos manos, y saben reírse cuando fallan un gol, o les realizan un túnel o pierden en el mano a mano.  Mirar que había que venir hasta Brasil para corroborar que los ídolos de este deporte son más ídolos cuando patean la pelota en la tierra, lejos de los pomposos estadios.