Si el grito de puto es a todas luces homofóbico y discriminatorio, en el fondo el problema no es el grito de una afición por la pasión irracional de un deporte sino el funcionamiento de la Federación Internacional de Futbol Asociación, mejor conocida como FIFA.
Y si el grito de puto sustituyó al de culeeeeero que nadie discutió antes y que tenía las mismas connotaciones homofóbicas y discriminatorias por la imagen gráfica que describía, la FIFA tiene más explicaciones que dar como organismo articulado a negocios de patrocinios y sobre todo de corrupción.
La polémica por el grito exportado por México quiere ocultar ahora mismo el escándalo de corrupción por el presunto pago de sobornos a miembros de la FIFA para asignar la sede a Qatar en 2022 y con dudas sobre la asignación a Rusia de la copa 2018. Y hacia atrás la FIFA ha dejado sin aclarar otros casos graves de corrupción, al grado de que la organización Transparencia Internacional no ha podido incorporarse a la vigilancia de las votaciones internas.
Lo que el gobierno de Brasil y la FIFA también han ocultado ha sido la forma en que la Federación opera como una organización supranacional que exige y siempre consigue mayores facilidades para sus negocios. La FIFA obligó a Brasil a violentar sus leyes internas que prohibían la venta de cerveza en los estadios para permitirla durante los juegos porque la corporación cervecera Budweiser es uno de los principales patrocinadores.
Asimismo, en el negocio de las copas del mundo la única que gana es la FIFA y ha logrado que los gobiernos la exenten del pago de impuestos. A ello se agrega el gran negocio de la venta de la señal de televisión que se comercializa con ganancias estratosféricas.
En este sentido, el futbol profesional que controla la FIFA es un súper negocio y no un deporte que ayuda a elevar el espíritu. Y como todo negocio, se maneja en la oscuridad y con irregularidades crecientes: en el 2005 estalló otro escándalo
de sobornos a funcionarios de la FIFA por la empresa Sport International Leisure y los partidos de clasificación para el Mundial de Sudáfrica en el 2010 dejaron huellas de árbitros sobornados.
En las federaciones nacionales también hay triquiñuelas. En 1988 la Federación Mexicana falsificó actas de nacimiento de jugadores para el mundial juvenil y las selecciones -incluyendo la selección mayor- fueron castigadas pero no por la corrupción sino porque el escándalo estalló en medios.
En el 2011 varios seleccionados reprobaron el antidoping por encontrar rastros de clembuterol, una sustancia prohibida. Y no eran jugadores menores sino importantes: Guillermo Ochoa, Francisco Javier Rodríguez, Edgar Dueñas, Antonio Naelson y Christian Bermúdez; la salida fue poco creíble: ingirieron la droga vía carne contaminada sin control y fueron perdonados.
Como empresa privada, la FIFA se mueve en el espacio supranacional; lo malo es que sus federaciones nacionales manejan equipos que tienen la representación de los países -colores, banderas y nombre- pero sin ninguna regulación política o legislativa. A lo largo de 40 años la FIFA ha sido dirigida sólo por dos personas: Joao Havelange y Joseph Blatter.
La FIFA también participa de los juegos de poder. Qatar es una monarquía absolutista represora de derechos humanos, pero la sede del 2022 tendrá un efecto político para vender imagen; la sede del 2018 para Rusia fue una victoria política de Vladimir Putin, ahora que reconstruye el imperio ruso. La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, anunció la víspera de la inauguración de la Copa que se reelegiría, a pesar de las protestas contra el Mundial de Futbol.
Así, el debate sobre el grito de putos en los juegos quiere ocultar los negocios de la FIFA en el futbol profesional.