Si la memoria es un milagro, que se quede en Recife, en las playas de Pernambuco, con esa mirada hacia donde los cuerpos se extienden y el culto al músculo es obligado. Es el amanecer en Pernambuco, con el sol a plomo sobre la espalda de corredores y ciclistas. Sal que escurre por los cuerpos, por los bikinis, hasta que se evapora contra el ardiente pavimento. Todos los caminos llevan al kilómetro cero en el centro de la plaza del Barrio de Recife.
Un corredor de color que huele a sal, a agua verde. A los mexicanos que pintan las calles con el verde del águila en el corazón. Buenos días mexicanos con playera de pingos en la tierra de del futbol. Buenos días Si Cabral, mujer que pinta camino hacia las cinco décadas; poetisa de dicho, escritora de oficio, contadora de historias por convicción.
Agua cristalina, desde el centro, es el punto cero, la entrada debajo. Silencio, calles de piedra, apura el paso y sigue las calles como si fuera un cuento. Si Cabral deja correr su poesía. Es la única en un largo mercado sobre ruedas, lleno de artesanías, comida, ropa y pinturas, con libros en su estantería. Mujer con la canarinha encima; amante, dice, de los mexicanos; del cielito lindo que se anima a cantar, primero en portugués, luego, como ella dice, “en mexicano”.
Pulseras y colguijes de campin “dourado”, la hierba del oro; una paja muy fina de color dorado que igual termina en forma de sol o estrella en algún cuello o muñeca de alguna de las sirenas que gobiernan las miradas de los náufragos que llegan hasta Pernambuco.
Camino de piedras en el Barrio de Recife que escucha en silencio el aire que rompe las carpas de los ambulantes. Que ve en el camino al mexicano que entona el Cielito Lindo. Al tamaulipeco que devora una espada de pollo y tocino, a los satelucos que se disculpan por dormir en las bancas del barrio porque ayer quisieron exterminar las caipirinhas de este lado del cono sur.
En la memoria, que es un milagro, Pernambuco no tiene que preocuparse por anunciar sus caminos, después de todo tiene a Recife y su espléndido Barrio, de callejuelas angostas, de piedra y mar a la vista, y el kilómetro cero donde todo empieza y termina con el sol en una puesta.