Ahora que estoy en Brasil he tenido la oportunidad de vivir de cerca la pasión de un Mundial y entiendo cuando los aficionados a este deporte lloran de la emoción; estar en un estadio, oír el Himno Nacional y estar unidos en ese momento por un mismo equipo, hace que el corazón se encienda y la emoción esté a flor de piel.
En general todos van en buena lid, listos para celebrar el triunfo de su selección, pero hay uno que otro que no entiende los límites y se olvida del buen comportamiento, lanza vasos de cerveza y avienta objetos a los contrincantes.
De hecho me llamó la atención que en el partido México contra Croacia un hombre lanzó un vaso con cerveza que alcanzó a llegar a la cancha y los espectadores, en su mayoría mexicanos, pidieron a las personas de seguridad que sacaran a quien lo hizo, y aunque había pagado más de mil 200 dólares por su boleto, tuvo que abandonar el estadio.
En el avión donde iba de regreso de Recife a Río de Janeiro todos iban muy felices después del triunfo de la Selección Mexicana, pero hubo quienes llevaron la fiesta a la aeronave y aún con las amables peticiones del capitán pidiendo que guardaran silencio y dejaran de gritar pu… a cada momento, insistieron en hacer escándalo y fueron obligados a bajar del avión.
Creo que somos libres de festejar, de tomar, de decir groserías, de gritar, de cantar, pero hay que saber cómo, cuándo y dónde y nunca olvidar la sabia frase de Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz” y que nos quede claro que nuestra libertad acaba cuando empieza la de los demás; si entendiéramos este principio nos evitaríamos muchos problemas.
Pero en fin, la alegría que se siente al compartir un logro de un equipo que representa a nuestro país es incomparable y esperemos que en esta ocasión avancemos más en relación a los mundiales anteriores.
Hay más…pero hasta ahí les cuento