Las cifras económicas que se han dado a conocer recientemente parecen indicar que, efectivamente, la economía mexicana ha iniciado una etapa de mayor dinamismo.

Datos positivos como el de la actividad económica (IGAE) en abril que creció 1.2% frente a marzo, descontando el efecto calendario, la ligera mejoría que se vio en las ventas al menudeo también durante abril, la mayor generación de empleos formales registrados ante el IMSS durante mayo y el crecimiento de las remesas que envían los mexicanos que viven en el exterior, en abril, son ya los primeros síntomas de una recuperación económica que viene en camino.

Con todo esto -además de algunos otros síntomas positivos como la recuperación de la confianza del consumidor en meses recientes- se puede pensar que la economía tocó fondo después de haber vivido un largo periodo de atonía.

La pregunta ahora es ¿qué sigue? ¿Acaso vendrá un segundo semestre de un crecimiento acelerado de la economía o veremos un comportamiento económico más dinámico, pero aún lento como para alcanzar una meta modesta como el 2.7% de crecimiento esperado por el gobierno?

Es allí en donde las respuestas aún son inciertas.

En un estupendo artículo recientemente publicado en arenapublica.com, el economista Oscar Vera se pregunta si el gasto público -como consecuencia de la reforma tributaria puesta en marcha en este año- será efectivamente el motor para acelerar el crecimiento económico que se está esperando para el resto del año. Su respuesta no es muy alentadora.

Dice Vera: “Aún y cuando el mayor gasto público impulsará a algunos sectores directamente vinculados a éste, como la construcción de caminos y obras de infraestructura, existen varias razones para cuestionar si este ‘motor’ tendrá la suficiente fuerza para ‘jalar’ a la economía en su conjunto. En particular destacan: 1) su tamaño y composición; 2) su forma de financiamiento; y 3) su eficiencia relativa”.

Sobre la primera razón señala que el gasto público en México es relativamente reducido y la mayor parte ya está comprometida, “por lo que el porcentaje de ‘gasto discrecional’ es relativamente menor”.

Sobre la segunda (la forma de financiamiento del gasto público) Vera señala que dado que el incremento del gasto se financia mayormente con

endeudamiento interno, se da el efecto crowding-out, por lo que el efecto neto positivo para la economía es nulo.

Y finalmente la tercera razón que da Vera de por qué el gasto público no será motor del crecimiento económico, es la cuestionable eficiencia del gasto público. “Estudios recientes han estimado que, en promedio, las obras públicas en México tienen un sobrecosto de alrededor del 35%. Ese porcentaje es apropiado por agentes privados -contratistas, burócratas o desperdicio- pero sin traducirse en un beneficio para la economía en su conjunto. Peor aún, uno de cada tres pesos del presupuesto se transfiere a Estados y Municipios, en donde su eficiencia es incluso más cuestionable que a nivel federal”, aduce. Coincido con Oscar Vera.

Entonces, si bien los síntomas de una recuperación de la economía ya comienzan a ser visibles, el “motor” del gasto público no tiene la fuerza que se requiere para “jalar” a la economía.

Por eso es el “motor” externo –el de la dinámica económica estadounidense- el que sigue siendo vital para el impulso que requiere la economía mexicana en este año, además del que se encienda con los primeros síntomas de nueva inversión, una vez que se aprueben las leyes secundarias en telecomunicaciones y energía, según se prevé para julio.

Así que si bien la economía ya tocó fondo, la velocidad de su despegue en el corto plazo sigue atado al Congreso y a lo que haga EU.