Lionel Messi vino a Brasil 2014 por lo que es suyo: ni más ni menos que el cetro mundial del balón.
Beneficiado, sí, a diferencia de su único y no poco diezmado contendiente, por una temporada que más bien le ha resultado pre-temporada, pero de momento ha conseguido no sólo que la selección de Argentina gane, sino que la selección de Argentina sea él.
¿Hasta qué punto resultará sana tal situación? Bajo condiciones normales respondería que hasta ninguno, que es preferible un colectivo más parejo, que responsabilidades y talentos sean compartidos, que de un genio no dependa el todo o la nada. Pero ahí está la albiceleste: tras varios Mundiales en los que fracasó con atribuciones repartidas (o por nadie a cabalidad asumidas), apelando a un esquema vertical: una especie de monarquía (¿o tiranía?) en la que se suplica a su majestad sea tan bondadoso como para reinar. Que Messi esté cómodo, que Messi tenga voz y voto, que Messi decida, que Messi esté contento, que Messi critique públicamente el planteamiento táctico porque es su derecho y se le agradece (como más o menos dio a entender su seleccionador, Alejandro Sabella, para zanjar la polémica tras el debut ante Bosnia).
El imaginario colectivo argentino enfatiza que Diego Armando Maradona ganó el Mundial de México 86 en plena soledad (como si, más allá del portentoso nivel y liderazgo del diez, no hubiesen existido Burruchaga, Batista, Ruggeri, Valdano), y eso tiene que hacer el rosarino para subir al cielo del apodado “pelusa”: a mayor peso sobre sus piernas mejor, ese es el camino a la gloria.
Nada se puede tener contra el desempeño del crack barcelonista: todo, absolutamente todo lo contrario.
Es un privilegio coincidir en época con él, disfrutar de sus lances un par de veces por semana, regodearse con un Mundial que incluya su espectacular técnica, asimilar que totalizó más de cuarenta goles aun en una campaña en la que pareció no estar. No obstante, sucede algo muy evidente: que una selección con infinidad de talentos ofensivos (Di María, Agüero, Higuaín, Lavezzi, Ricky Álvarez, Palacio: todos estelares en equipos estelares), no necesita recargarse a tales proporciones en el más importante de ellos.
Por lo pronto, para la primera ronda ha bastado con él y poco más. Cuatro goles de variadas manufacturas que se traducen en los nueve puntos albicelestes. Mientras con Messi alcance, Argentina optará al título. ¿Presión, hermetismo, vómitos recurrentes? Que levante la copa el 13 de julio en Maracaná y todo estará bien.
Argentina es hoy un futbolista. Con diferencia, el mejor de todos. Pero uno; al fin y al cabo, sólo uno.