Veinte largos años. Dos décadas ha tardado en germinar la semilla plantada por una Copa del Mundo concedida a un país indiferente a ella. Cuatro lustros desde Estados Unidos 94 y, súbitamente, el football que para ellos significaba otra cosa, atrapa reflectores insospechados.

 

Mientras se reporta que el cotejo entre la Unión Americana y Portugal del domingo es el evento transmitido por ESPN de mayor rating, con la salvedad del estelar futbol americano, el Los Angeles Times se aventuró al siguiente enunciado: “Move over, baseball and basketball. Soccer is ready to score as America’s next major TV sport” (Háganse a un lado, béisbol y básquetbol. El soccer está listo para anotar como el próximo gran deporte televisivo).

 

25 millones de espectadores, entre los que habría que incluir a celebridades de diversos rubros que dejaron patente en redes sociales su devoción futbolera. La máxima leyenda olímpica, Michael Phelps, twitteo su foto uniformado. Los dos basquetbolistas más importantes, Kobe Bryant y LeBron James, coincidieron al festejar el gol de Clint Dempsey. El carismático quarterback Drew Breess portando la casaca 9. El presidente Barack Obama aventurado a “11 en la cancha, más de 300 millones apoyándolos”.

 

Políticos como Condoleeza Rice, Michael Bloomberg y Madeleine Albright integrados a la pasión. Personajes del entretenimiento de lo más variado: Conan O´Brien, Ryan Seacrest, Jimmy Fallon, Pitbull, Justin Timberlake, sin olvidar que el vicepresidente Joe Biden bajó al vestuario tras la victoria ante Ghana y que Leonardo Di Caprio ha acudido a varios cotejos en Brasil.

Impensable veinte años atrás, cuando el sueño de Henry Kissinger se desplomó en plena inauguración: el campeón Alemania abría el torneo contra Bolivia, pero la abrumadora mayoría de los estadounidenses estaba más preocupada por no perder detalle de la persecución a OJ Simpson, acusado (y después absuelto) de asesinar a su esposa. Si la toma aérea de un coche avanzando por autopistas vacías había podido triturar a tal proporción lo que sucedía en la mayor cumbre de la pelota, era evidente que el futbol nunca permearía a la nación sede.

La comunidad hispana y otras minorías tienen buena porción de culpa, aunque también el posicionamiento del futbol como elemento típico de la vida de clase media del sueño americano: vivir en suburbios, comprar con hipoteca casa y camioneta, llevar a los niños a clases de pateo de balón.
De pronto, Clint Dempsey y Michael Bradley son conocidos por todo el país, al tiempo que el seleccionador Jürgen Klinsmann no duda en pedir a las empresas estadounidenses que permitan a sus empleados ausentarse para seguir los cotejos. Y los aficionados, haciendo ya no lo que acostumbran al ir al parque de béisbol o a la arena de baloncesto, sino comportándose como el común de los fanáticos del mundo: con disfraces, pintura, cánticos, batucada, insultos al árbitro y todo lo que puede pasar igual en estadios de cada continente.

Gran avance, tanto como el del conjunto dirigido por Klinsmann que está en octavos de final pese a haber sido sorteado en un grupo tan amenazante.

Muchas personas que soñaron con importar el culto a ese balón redondo, como Kissinger, deben estar eufóricos, pero mucho más la FIFA que por fin ha penetrado el más deseado mercado. Es el último frente de resistencia al futbol que veinte años después del Mundial, parece haber caído. Apenas dos décadas desde la inauguración opacada por la persecución a un presunto homicida y desde la final a la que no asistió el entonces presidente Bill Clinton.

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