El gobernador en la sombra, el poder real tras el trono, el virrey extraordinario y plenipotenciario del estado ex libre y ex soberano de Michoacán, Alfredo Castillo, se está haciendo bolas. Y Castillo se está haciendo bolas, dicen los observadores, por partida triple: En primer lugar, por su inútil afán de presentarse como un simple “comisionado”, cosa que está muy lejos de ser, ya que en la realidad el gobierno federal le dio más poder que el que tiene cualquier gobernador en cualquier estado.

En segundo lugar, porque la “estrategia” que él encabeza para exterminar al crimen organizado y devolver la seguridad a Michoacán, ha sido imprecisa, cambiante, desorganizada y fallida. La mejor prueba de ello es la estadística general que no ha registrado disminución apreciable en la inseguridad y en la cifra de víctimas de la violencia. En tercer lugar, porque el tiempo se ha encargado de evidenciar el enorme error cometido por el gobierno federal que no supo manejar adecuadamente la presencia de las autodenominadas “autodefensas”, irregulares e incontrolables grupos armados, al margen de la ley, sin más freno que la voluntad de sus líderes, quienes navegaron y siguen navegando con bandera de “guías del pueblo en armas”, pero que son, en los hechos, incalificables cabecillas de bandas regionales. Si a lo anterior se agregan los “cantinflescos” discursos y declaraciones del comisionado Castillo, el panorama no podría ser peor para el gobierno de Enrique Peña Nieto y, sobre todo, para la sociedad michoacana, que ya no siente lo duro sino lo tupido. “¿Y el nuevo ‘gobernador’, ex rector de la universidad del estado?”, pregunta un observador distraído. “Corramos un piadoso velo de silencio sobre ese penoso asunto”, responde otro que no está cazando moscas.

El 19 de mayo pasado, los observadores puntillosos comentaron -al enterarse de que liberaron por falta de pruebas a Hipólito Morales, fundador de las defensas Michoacanas, a quien le querían fincar responsabilidad penal por un par de muertitos- lo siguiente: Lo dicho, las autodefensas fueron, son y seguirán siendo un dolor de cabeza para el gobierno federal. Les dieron alitas, los hicieron creerse superhéroes, los utilizaron como soplones, los convirtieron en escudo y arma a la vez, los armaron y luego los desarmaron, los apapacharon y después les dieron la espalda; los trataron simultáneamente como aliados y como adversarios, y al final de cuentas ya no supieron qué hacer con esos autodenominados auto defensores, pero ahora -mientras el gobierno decide otra cosa- los uniformaron como guardias rurales (quién sabe qué será eso), pero no está lejano el día en que ese engrudo acabe transformado en una pegajosa y gigantesca pelota que al rodar cuesta abajo aplastará a los funcionarios que están convencidos -ingenuamente- que tienen todo bajo control en Michoacán. Remataban los observadores. Hoy podrían agregar: No parece haber muchas diferencias entre el michoacanazo con minúsculas de Felipe Calderón y el Michoacanazo con mayúsculas de Enrique Peña Nieto.

¡Se equivocan, se equivocan! Revira el gobernador, perdón, el comisionado Castillo. Y expone: La mejor manera de demostrar que Michoacán es otro, es que este año la Feria de Morelia rompió el récord de asistencia de toda la historia a nivel de visitantes, que fueron más de 700 mil personas, cuando el récord había sido 524 mil. Además no hubo un solo incidente.

¡Pues entonces no hay de qué preocuparse!

AGENDA PREVIA

El viernes pasado, representantes del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), del Coneval, de la Sedesol y de la FAO, presentaron un número especial de la Revista Salud Pública de México, dedicado al tema de la seguridad alimentaria. Más bien debió haber sido inseguridad alimentaria, porque las cifras que se expusieron son dramáticas. Según investigadores del INSP, en 2012 siete de cada

diez hogares mexicanos tenía algún grado de inseguridad alimentaria: 41% leve, 18% moderada y 11% severa. Entre la moderada y la leve estaban ocho millones de familias.

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