COLMAR, Francia.- “Quien no se dedique al vino, no veo entonces qué otra cosa puede hacer por aquí”, refiere un poco en broma y bastante en serio un producto alsaciano mientras degustamos un soberbio Riesling, del Grand Cru de Kirchberg, en Ribeauvillé. En efecto, la campiña de Alsacia luce kilómetro a kilómetro sus maravillosos viñedos, muchos de ellos fruto de un trabajo sostenido y arduo después de la 2ª. Guerra Mundial, cuando buena parte del campo de esta región francesa (con periodos intermitentes a lo largo de la historia de adscripción alemana) fue devastado por las bombas.

alsacia2Pero por supuesto todo va más allá de un mero paisaje geográfico. En efecto, el vino es un estilo de vida y un estado de ánimo en la vigorosa Alsacia, elocuente asimismo por el emblemático queso Munster, su foie-gras y el choucroute, cuasi apología del cerdo en una tierra donde los carniceros regalan salchichas en lugar de dulces a los hijos de sus clientes. En ese panorama de grandes deleites culinarios brillan también los vinos de excepcionales cualidades gastronómicas, consolidados a partir de las cepas representativas de la región: Sylvaner, Pinot Blanc, Riesling, Muscat, Pinot Gris, Gewurztraminer y Pinot Noir.

Alsacia se pinta blanca, y no por la nieve, desde luego, sino ante todo por delicadas pero sólidas expresiones de las cepas que le han dado fama y que, en estos días, han sido motivo para que muchos profesionales y prensa especializada de todo el mundo se reúnan en la ciudad de Colmar, Patrimonio de la Humanidad y capital ancestral de los vinos alsacianos: sede medular desde hace muchas décadas de la gesta comercial que define la vinicultura de esta región, con presencia prácticamente en todo el mundo, y desde luego México, donde el vino alsaciano gana presencia y se apunta en valiosos y propositivos maridajes con los sabores nacionales.

Ha sido la ocasión de Millésimes Alsace, el encuentro que se realiza cada dos años y que congrega a la gran mayoría de los productores de la región en un diálogo y una interacción no sólo con periodistas, sommeliers y compradores de otras latitudes, sino incluso entre ellos mismos, ya que entre las labores del viñedo y la comercialización no siempre hay oportunidad de charlar y compartir el queso, el pan y el vino con los coterráneos. La apacible Colmar no ha perdido esa apacibilidad a raíz de este encuentro, pero si ha llenado de más voces, exclamaciones, júbilo, brindis y afortunados descubrimientos, todo ello sazonado además con los infaltables comentarios en torno a los partidos de la Copa del Mundo, que sólo pasan así, de oídas, ante la efervescencia de esta fiesta del vino que si bien formalmente solo dura un día, se extiende para muchos a lo largo de la semana a través de visitas a bodegas y viñedos.

Pero desde luego por sí misma Millésimes Alsace es una celebración que pondera y describe con trazo magistral la riqueza vinícola que representa Alsacia. Ha sido la ocasión, como marca la orden del día, de envolvernos en la seducción de los bien plantados Riesling, atrapándonos desde luego en el andar los soberbios Grand Cru, con su fragante acidez equilibrada, su frutalidad, su persistencia en boca, que enseguida hace proponer al sommelier Gerardo Téllez algún platillo de nuestra vasta genealogía de cocina del mar.

Al recuento de las degustaciones, queda claro el desconocimiento que hay entre los productores alsacianos sobre las sutilezas de nuestra cocina, mucho más elocuente y fina del socorrido término spicy food, pero por supuesto eso no es limitante para imaginar y hacer la traza de los formidables encuentros que los vinos de Alsacia pueden encontrar con nuestras culinarias regionales, como ya ha ocurrido en el caso de Michoacán, por ejemplo.

Dentro de esta envidiable paleta vinícola que ha significado Millésimes Alsace, no menos elocuente ha sido también el encuentro con las excepcionales expresiones de Pinot Gris y Gewurztraminer, sin faltar desde luego la gran “invención” local, el majestuoso Crémant d’Alsace, el opulento espumoso que logró su identidad a finales del siglo antepasado y que en esencia manifiesta los acentos y fragancias del terruño que se entienden tan bien con las sintonías mexicanas.

“Es un encuentro que brinda la oportunidad de una visión muy completa de los terroir, la experiencia, la cultura y la filosofía que marca el corazón individual y colectivo de los productores alsacianos. Es una ocasión incomparable de apreciar no sólo nuestros vinos, sino de ver y hablar con la gente apasionada que hay detrás de ellos, muchos de ellos continuadores de una tradición que se remonta varias generaciones atrás”, expresa Foulques Aulagnon, director de exportaciones del Conseil Interprofessionnel des vins d’Alsace (CIVA).

Son lenguaje, historia, estilo y, ante todo, una invitación a la mesa. Millésimes Alsace ha sido un foro que ha congregado, literalmente, a los mejores sommeliers del mundo. Figuras como Shinya Tasaki, Olivier Poussier, Markus de Monego y el actual portador del título, Paolo Basso, entre otros, han brindado una cata magistral con algunas de las expresiones más emblemáticas del palmarés vinícola alsaciano: los maestros han dicho, y el paladar y la maravillosa definición de aromas no permiten extraviarnos de los encantos y la seducción de una gran región.