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COLMAR, Francia.- “Quien no se dedique al vino, no veo entonces qué otra cosa puede hacer por aquí”, refiere un poco en broma y bastante en serio un producto alsaciano mientras degustamos un soberbio Riesling, del Grand Cru de Kirchberg, en Ribeauvillé.

 

 

En efecto, la campiña de Alsacia luce kilómetro a kilómetro sus maravillosos viñedos, muchos de ellos fruto de un trabajo sostenido y arduo después de la 2ª. Guerra Mundial, cuando buena parte del campo de esta región francesa (con periodos intermitentes a lo largo de la historia de adscripción alemana) fue devastado por las bombas.

 

 

Pero por supuesto todo va más allá de un mero paisaje geográfico. En efecto, el vino es un estilo de vida y un estado de ánimo en la vigorosa Alsacia, elocuente asimismo por el emblemático queso Munster, su foie-gras y el choucroute, cuasi apología del cerdo en una tierra donde los carniceros regalan salchichas en lugar de dulces a los hijos de sus clientes.

 

 

En ese panorama de grandes deleites culinarios brillan también los vinos de excepcionales cualidades gastronómicas, consolidados a partir de las cepas representativas de la región: Sylvaner, Pinot Blanc, Riesling, Muscat, Pinot Gris, Gewurztraminer y Pinot Noir.

 

 

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