Envidia y no de la buena, de hecho dudo que exista tal tipo de envidia. Como sea, qué envidia da escuchar a los brasileños que piden a gritos que sea Argentina el rival que quieren para la final, y a los argentinos clamar por una final en tierras de la verdeamarela ante la selección anfitriona. Qué envidia de los colombianos y su llegada al quinto partido. ¿Y México?, el Tri, como es recurrente en un Mundial desde hace 20 años está de vuelta ya en casa planeando vacaciones y regodeándose por la llamada mejor participación de los verdes en la historia de las Copas del Mundo fuera de México.
Y es que a este chilango las palabras de los argentinos que vienen en el asiento de atrás del ómnibus que nos trae de Sao Paulo a Río de Janeiro arden en herida abierta, que si México se echó para atrás, que si el Trio nunca podrá saltar los octavos por esa mediocre mentalidad de conformarse con un gol nada más. Palabras que calan, pero antes de levantarme a arreglarles el asunto de echarse para atrás, la verdad es que claro que da envidia escuchar a los seguidores de selecciones que todavía tienen por qué jugar en esta Copa del Mundo.
No es casualidad que por aire y tierra, cientos de argentinos empiecen, poco a poco, a migrar hacia Río de Janeiro, los aficionados albicelestes llegan a visitar las playas de Copacabana como preludio de lo que sucederá el próximo 13 de junio: un maracanazo, ya no celeste, como el del 50, sino doloroso e inolvidable albiceleste del nuevo siglo.
Y lo dicho, los seguidores de la canarinha, ni se inmutan, al contrario reciben la afrenta con gusto. Quieren a los argentinos en la final en su mítico estadio para dejarles muy claro quién es el mandón de la zona. Lo dicho, no hay nada que alegar a los argentinos del asiento de atrás; pura envidia, y no de la buena.