Sarkozy fue outsider en la cultura política francesa (no necesariamente en otro país tendría esa característica). No se le debería de reconocer como outsider por su larga trayectoria política como alcalde de la región Neuilly-sur-Seine entre 1983 y 2002. Es un outsider por dos motivos: reventó la tradición de poseer un ADN intelectual vinculado a la École Nationale d’Administration (ENA), fundada por Charles de Gaulle en 1945. El segundo componente es su rasgo transpolítico que consistió en provocar un boquete intelectual sobre el mayo francés; desmontar las vigas que sustentaron la arquitectura de 1968.

 
Sarkozy envió tres mensajes a la clase anquilosada francesa para certificar la muerte de la ideología política: se acercó más a Mickey Mouse (el día que visitó EuroDisney en compañía de Claudia Bruni) que al gaullismo, fuente en la que abreva la clase política francesa.

 
Sarkozy festejó su victoria presidencial en 2007 en Fouquet’s, un símbolo de las celebridades mainstream, ubicado en el corredor hiperturístico de París, Champs-Élysées.

 
Para convertirse en el inmortal de las postales paradisiacas, Sarkozy voló a Egipto y navegó por aguas mediterráneas, con los favores de amigos que le prestaron avión y yate, para disfrutar de sus vacaciones, pero sobre todo, para compartir con el mundo de los paparazzi su feliz noviazgo con la cantante Bruni. Con Rolex en su muñeca y lentes Ray-Ban, Sarkozy disfrutó como nuevo rico la esencia del Vanity Fair, para ahora sí, gobernar.

 
Ayer, Sarkozy fue acusado por ser protagonista de las derivadas del poder: corrupción activa, tráfico de influencias y encubrimiento de la violación del secreto profesional.

 
Un buen día, Sarkozy se acercó con el juez Gilbert Azibert para comerciar con él un ascenso a cambio de información sobre el proceso de un problema judicial en el que se metió meses antes de las elecciones presidenciales de 2007; cuando extendió la charola en búsqueda de financiamiento electoral. Sarkozy, presuntamente le tomó el pelo a Liliane Bettencourt (en 2007 tenía 85 años de edad, hoy con 92), cuya hija reveló que sufre de demencia senil. O qué decir de la amistad entre Sarkozy y Muamar el Gadafi, dictador libio que instaló en Champs-Élysées una jaima para que sus mujeres pudieran descansar después de haber realizado compras en Chanel. Como preámbulo del destino trágico de Gadafi, el dictador confesó que le dio dinero a Sarkozy.
Para sortear el alcance de la inteligencia de información francesa y de la NSA estadunidense, Sarkozy eligió el nombre Paul Bismuth para hacerse de un teléfono libre de espionaje. Lo que tenía que hablar con su abogado Thierry Herzog sería el resultado de los avances aportados por Azibert. Punto final.

 
Los terremotos políticos en Francia generan una especie de tsunamis en todo el mundo. Las olas de corrupción, desestabilización y espionaje se replican en medio mundo. La diferencia es que la división de poderes se convierte en la condición necesaria para la buena salud de la democracia. Ecuador, Venezuela, entre muchas otras naciones, desde el ejecutivo, se encargan de fusionar, químicamente, a los poderes. Se trata de la convergencia de la ignominia. Entre las externalidades que provoca el terremoto Sarkozy, Marine Le Pen se encargará de rentabilizarlo a través de su progresivo discurso extremista pero con cierto gramaje inteligente con el que trata de cooptar el centro geométrico.

 

Y lo hará porque el partido Unión por un Movimiento Popular (UMP), al que pertenece Sarkozy, se encuentra inmerso en un proceso de resquebrajamiento producto de la corrupción. Es decir, en el supermercado ideológico, la época en la que se vendían ideologías empaquetadas al vacío ha concluido. En cuestión de meses se descomponen; en cuestión de segundos se les cuestiona a través de las redes sociales. Basta echarle un ojo a los tuits oclócratas que ciudadanos franceses le han dedicado durante las últimas horas al ex presidente Sarkozy. Su intención de regresar al terreno político es prácticamente imposible.

 
Ayer, políticamente hablando, murió el potencial outsider que intentaba regresar a salvar a Francia del inmovilista Hollande. Éste también aprovechará la rentabilidad del sismo. Por fin, para Hollande, concluyeron los seis meses horribles en los que su figura se empequeñeció después de haber sufrido, voluntariamente, una mutación ideológica al entrar a las pautas de la troika, es decir, recortando el gasto público en 500 mil millones de euros durante los próximos tres años.

 
Todo parecía que Sarkozy y Bruni no habían salido de EuroDisney desde aquella feliz ocasión en la que entraron para humanizar la figura presidencial. Y sí, ayer, el ex presidente se percató que desde el poder también se siente la frontera entre la soberbia y el Estado.