De toda la maratónica sesión del pleno del Senado del viernes-sábado y sus 125 mil palabras, sólo pueden ser rescatables menos de cinco intervenciones. Y de todas ellas, la que dejó sembrados temas para el debate fue la del senador perredista Manuel Camacho Solís.

Economista, politólogo e investigador del sistema político en El Colegio de México en los setenta, Camacho enriqueció el debate por lo que dijo, lo que no dijo y lo que debió de haber dicho. Pero su breve discurso de menos de 600 palabras -0.5% del total- abrió el asunto central que de ahora en adelante tendrá que discutirse si acaso los legisladores quieren entender qué está pasando en este largo periodo de cambios 2000-2014.

El enfoque de Camacho ubicó el análisis de las reformas en la reorganización del sistema político y sobre todo en la reestructuración del sistema presidencialista luego de dos alternancias partidistas. En sus dos estudios torales sobre el sistema, Camacho planteó dos propuestas de organización: la existencia de “nudos históricos” y la dominancia de los “feudos de poder”. Los nudos y los feudos le restaron movilidad al sistema político como el espacio de negociación de demandas-respuestas. Y ahí debieron de enfocarse las reformas.

El error de la oposición ha sido el de centrar todas sus propuestas en el acotamiento del presidencialismo, pero sin crear un nuevo modelo de relaciones de poder. Las reformas estructurales del presidente Peña Nieto no reconstruyen el presidencialismo autoritario por la sencilla razón de que el partido en el poder carece de la mayoría legislativa calificada y su alianza no llega siquiera a mayoría absoluta. Por tanto, el modelo que se está construyendo oscila entre el ejecutivismo, la coalición dominante y los consensos.

La oposición perredista, que hasta ahora no ha tenido un debate político teórico interno y se mueve entre los resabios del Partido Comunista, el cardenismo congelado y el neopopulismo asistencialista, sigue sin entender lo que Camacho

también ha tratado en sus ensayos: la construcción de una hegemonía -dominación política entre varias corrientes- de centro y la definición de un proyecto de modernización.

La obsesión de la alianza centro-progresismo-neocardenismo-neopopulismo-izquierda-anarquismo paradójicamente descansa en el presidencialismo que fundó Lázaro Cárdenas, que no fue otro que la progresión sistémica Benito Juárez y Porfirio Díaz. El presidencialismo actual es fuerte por la debilidad del Legislativo, pero se mueve en los espacios de la coalición dominante o entendimiento entre el Ejecutivo con su partido, con la oposición, con el Congreso y con los poderes fácticos.

En este sentido, Camacho dejó la mesa puesta para el gran debate que la oposición al PRI le sigue debiendo a los mexicanos: el corte de caja del sistema-régimen político priista, con la complicidad del PRD porque el perredismo es hijo natural del PRI y del priismo. El PRD y sus corrientes dominantes -Los Chuchos, el neocardenismo, el neopopulismo lopezobradorista, el bejaranismo corruptor y el priismo modernizador de los salinistas incrustados- quieren reconstruir el Estado cardenista que ha sido el eje del PRI, en el cual se localiza el presidencialismo autoritario que critica Camacho.

Las leyes secundarias alertaron de las etapas de la reorganización política y está a la vista la irresponsabilidad de la oposición ignorante de las leyes de la política: la transición se alcanzó la noche del 2 de julio del 2000, cuando hubo una alternancia sin balazos y el 3 de julio debió comenzar la fase de la instauración democrática. Pero como se vio en el debate de las secundarias, el PRD no quiere construir una democracia regresar al estatismo-presidencialismo cardenista.

El PRD se duele de la derrota o abre el debate pendiente.