La lógica nos dice que si un criminal serial se hospeda en algún departamento de la colonia Del Valle en la ciudad de México, no se requiere matar a cientos de personas inocentes para que, “en una de esas”, una bala mate al criminal. La extensión del hipotético escenario se puede trasladar al popular barrio Shahaiya, en Gaza, donde el ejército del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu aplica la mano dura porque el 8% de los cohetes palestinos provienen de esa zona.
Por la naturaleza de toda guerra asimétrica es imposible encontrar elementos de justicia en ella. El poder de Israel sobre el campo de batalla de la franja de Gaza es dominante ya que el despliegue tecnológico de sus escudos antimisiles merma con elevada eficiencia los objetivos mortales de Hamás, sí, un grupo terrorista que gobierna la zona y que trastoca la agenda del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas.
No es un rasgo cínico cuantificar la eficiencia de los misiles dependiendo de quién los detone; más bien, es un rasgo de la probabilidad de muerte. La objetividad de las matemáticas escapa a la retórica siniestra de los políticos. Frente a los números no existen las ideologías supremacistas ni las convencionales de izquierda y derecha. El lanzamiento de un misil israelí tiene mayor probabilidad de “éxito” que los cohetes lanzados por los palestinos. Pero para evitar caer en generalizaciones ubiquemos quién es el Osama Bin Laden que Israel quiere detener o matar.
Se llama Mohamed Deif, cabeza del brazo armado de Hamás, Ezedin al Qasam. Israel ha intentado matarlo en cinco ocasiones. Para sortear el espionaje sobre su persona, Deif da sus órdenes a los jefes de las unidades territoriales de Hamás a través de mensajeros que viajan en motocicletas.
Hace 20 años, un año después de que el entonces primer ministro Yitzhak Rabin y Yasir Arafat, líder histórico de los palestinos, firmaran los acuerdos de paz en Oslo, Mohamed Deif dirigió el operativo de los secuestros y asesinatos de tres soldados israelíes y convenció a tres hombres para que se colgaran explosivos en sus cuerpos con el objetivo de hacer volar dos camiones en una semana en Jerusalén: 45 muertos y 75 heridos.
No olvidemos que Hamás acusó a Arafat de traidor por haber pactado con los sionistas. Así lo pensó Mohamed Deif.
En 2001, poco después del inicio de la segunda intifada, Israel intentó cercarlo pero huyó. Hacia 2002 un helicóptero lo ubicó y disparó a su coche, Deif salió herido pero logró escapar nuevamente. Fue el 12 de julio de 2006 cuando Deif perdió parte de las extremidades superiores e inferiores en un operativo aéreo detonado por Israel horas después del secuestro de dos soldados a manos de las milicias chiíes libanesas de Hezbolá.
Nadie duda que de acuerdo al derecho internacional, Mohamed Deif tuviera que estar tras las rejas. Deif nació en el seno de una familia de refugiados palestinos del sur de la franja de Gaza, en donde la educación que recibió le incubó un islamismo radical. Poco después de la creación de Hamás, Mohamed se unió a la causa terrorista (1987).
Lo que parece increíble es que se banalice a los componentes demográficos en Gaza que nada tienen que ver con el grupo terrorista Hamás. Ese mismo derecho internacional exige la proporcionalidad en las respuestas a los ataques.
Lo sabe el presidente Obama quien la semana pasada dio su visto bueno a la respuesta de Netanyahu cuando dio inicio a la operación Margen Protector. No deja de llamar la atención el cambio de rumbo en su política; hace dos años apostó por lograr la paz en la región. Su decisión la reveló el distanciamiento de Estados Unidos en otros conflictos, en particular, el de Siria. Obama no quiso saber nada sobre el envío de tropas en un escenario de retiro de las mismas de Afganistán e Irak.
Por otra parte, también llama la atención el silencio de la Unión Europea y la lenta y frágil respuesta de Ban Ki-moon que refleja el estado en el que se encuentra la ONU: un organismo anquilosado por el vértigo de la geopolítica global de 2014.
La tregua orquestada por Egipto resultó una broma, en parte, por el gobierno autoritario que encabeza el general Al-Sisi, y por su decisión de cerrar la frontera con Gaza. El cruce de Rafah, el único cruce no está abierto ni por cuestión humanitaria.
El actual conflicto entre Israel y Palestina sólo dejará contentos a los ultras que le dan estabilidad al gobierno de Netanyahu. Todos los demás actores perderán. Pierde Obama por hablar más sobre Putin que sobre Gaza; pierde Mahmud Abbas por no contener a los terroristas de Hamás; pero quienes más pierden son los civiles que entregan su vida a la elevada probabilidad de muerte.