Lo revelado por Edward Snowden no es un suceso “internacional”, es hiperlocal. Los pactos del oligopolio de Silicon Valley se tangibilizan en nuestras respectivas computadoras. Es decir, el espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) tuvo o tiene sus brazos lúdicos en Facebook o Google; sin embargo, bajo el paradigma de las banderas, pensamos que el caso Snowden responde al mercado del interés internacional, y como tal, lo mejor es no perder tiempo en enterarnos de sucesos fuera de nuestro alcance.

 

El entorno ya no puede ser descrito por conceptos del siglo pasado. Se insiste en creer que “internacional” es lo más lejano al ser humano, y como tal, lo que menos interesa. El paradigma de las banderas es la prisión más añeja del pensamiento humano. Reforzado por las clases políticas etnocéntricas, como la mexicana, el paradigma de las banderas construyó una zona de confort para los medios de comunicación de acuerdo con la siguiente ponderación pragmática: interesan las noticias de la calle en la que vivimos, después lo que acontece en la colonia y posiblemente en la delegación. Después nace la dependencia por el consumo de información televisada donde el divertimento se convierte en la ruta más corta para alcanzar el rating.

 

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Sí, de manera patética, en el siglo pasado se llegó a pensar que lo que decía a cuadro el presentador de noticias era la verdad.

 

En efecto, por décadas, la televisión ingresó con facilidad al cerebro humano para ubicar imágenes sin contexto alguno creando una atmósfera de vaqueros bajo la idea sempiterna de una lucha entre buenos y malos. Bajo esta lógica-farsa el único ente que no comprendía lo que cualquier televidente sí entendía era la ONU.

 

La invasión de Irak a Kuwait, al inicio de los noventa, fue transmitida en tiempo real por la CNN; si cometemos la locura de empotrar los festejos de la noche mexicana del 15 de septiembre al mencionado escenario bélico, encontraríamos semejanzas en la pantalla: fondo oscuro con rayas de colores intermitentes cruzando el cinescopio.

 

¿Quién fue el malo y quién el bueno? De eso se encargaban los corresponsales. De abonar contenido a las percepciones prefabricadas de acuerdo con la lógica de la Guerra Fría.

 

Pero en el siglo XXI la televisión únicamente guarda sentimientos hacia los eventos de entretenimiento global, por ejemplo, las ligas europeas de futbol, las series y algún otro gramaje del divertimento.

 

En México, las batallas de Israel y Palestina se interpretan como si se tratara de varios partidos de futbol asimétricos en el que la delantera de un equipo golea indiscriminadamente al rival. No hay matices, y a la distancia, el matiz es toral para poder interpretar la noticia. El hecho de que Hamás, grupo terrorista gobierne la franja de Gaza, pasa a un segundo término.

 

Lo mismo sucede con Ucrania. Bajo el storytelling de la Guerra Fría, Vladimir Putin es el villano desalmado que se anexó Crimea, desobedeciendo el dictado de Obama, cuando la realidad la podemos encontrar en los choques de la Unión Europea con Rusia por el viejo y desgastado cinturón llamado OTAN.

 

Bajo la lógica del paradigma de las banderas, los analistas internacionales aparecen exclusivamente en épocas de guerra para que traduzcan a la audiencia lo que sucede, pero al mismo tiempo, se encargan de fabricar percepciones que difícilmente se les puede desmontar por la enorme ignorancia que se asienta en la sociedad.

 

Por otra parte, y asumiendo que la revolución del siglo XXI es tecnológica, poco a poco, los medios de comunicación aceptan y difunden la creencia de que el mundo on line es el más inteligente porque atiende a las demandas del tiempo real. Un mito virtual.

 

Las narrativas seductoras las encontramos en Twitter bajo un elevado costo: no hay matices. No existe la interpretación. Los periódicos impresos desaparecerán no sólo por la batalla contra la gratuidad en la atmósfera Google, lo harán bajo el yugo del tiempo real. Consumir por consumir en tan sólo 140 caracteres. Estar informado no es conocer. Simplemente sirve para hablar y hablar y hablar sin decir nada.

 

El caso Snowden forma parte del fenómeno transcultural, y como tal, las descodificaciones editoriales de los programas de espionaje tendrían que ser llevadas a las páginas principales de los periódicos fuera de la etiqueta de “sección internacional”.

 

¿Cuál es la relación entre Snowden, Beltrones y Twitter? Mucho más estrecha que la que existe entre Francis Underwood con Xi Jinping, y eso que el soft power ha permeado en la clase política china que tanto disfruta de la actuación de Kevin Spacey en la serie House of cards.