México es un país con una población en su mayoría pobre, medida en términos económicos. Pero hay mucha gente en el país que es perniciosamente pobre si se considera su pobre educación, su alto poder adquisitivo y sus frágiles valores cívicos.
Una persona con mucho dinero pero sin educación ni civismo es mucho más dañina para México que un individuo pobre, por una sencilla razón: el primero utiliza el poder del dinero como su principal argumento para convertirse en alguien prepotente y déspota acostumbrado a romper la ley comprando impunidad.
En un México donde hacer dinero ya no estánecesariamente condicionado al grado de educación, preparación y experiencia profesional, sino a la habilidad de tomar ventaja de los engranajes de la informalidad e ilegalidad, cada vez más gente se enriquece con poca o nula educación y cero valores cívicos.
Ergo, hay más gente acostumbrada a corromper, a comprar beneficios al margen de la ley. Gente que amasa fortunas por los oscuros senderos de la ilegalidad y que, poco a poco, se ha ido insertando en el espacio vital de la gente que trabaja, que gana dinero legal -no necesariamente mucho- y que tiene educación y protocolos básicos de convivencia cívica.
En esa convergencia de dos mundos, ahí donde la vida de la llamada clase media y alta se mezcla con la de un estrato social “gansteril”que ha hecho dinero en actividades que están al margen de la ley, en ese choque caótico nacen regulaciones y leyes que asfixian más a los primeros para romper -sin resultados visibles aún- con el éxito económico de los segundos.
A pesar de esas regulaciones y leyes que encarecen la vida, la ciudadanía sigue con ese profundo sentimiento de zozobra al salir a diario a trabajar corriendo el riesgo de ser asaltado por un delincuente que, muy probablemente, reporta ingresos de unos $10 mil o $15 mil pesos a la semana, producto de su actividad.
La gente que todos los días abre su establecimiento comercial para competir lealmente por el mercado, continúa siendo asfixiada por sus competidores del comercio informal -ilegal- que atienden a más del 50% de los clientes, los cuales valoran más el “precio bajo”a pesar de que su compra en la informalidad hace más jugoso el negocio de los delincuentes.
El Gobierno del DF sale con la broma del Nuevo Hoy no Circula en vez de, antes, poner en orden a los zares del transporte público, los cuales operan con unidades sumamente contaminantes y al margen de las exigencias de la regulación del transporte público y, por si fuera poco, con choferes coludidos con asaltantes, adictos o simplemente irresponsables con pingües valores cívicos.
En fin podríamos hacer una lista enorme de lo que implica el convivio diario entre la gente -sin importar su estrato social- con educación y valores cívicos, y los sujetos que ganan carretadas de dinero de manera ilegal pero sin educación y sin valores cívicos. Esos que hacen de la impunidad una bendición.
Hoy cualquiera puede amasar una fortuna si se aventura en alguna actividad ilegal suscribiendo los pactos no escritos de la corrupción e impunidad, esos antivalores que les generan millonarias ganancias a funcionarios y autoridades que forman cada eslabón de la cadena del poder.
Lamentablemente cada vez más mexicanos asimilan la idea de hacer dinero al margen de la ley. Mucha gente hace suyos los refranes como “el que no tranza no avanza”o “negocio que no da para que te roben no es negocio”. Ambas perlas de “sabiduría popular”revelan la idiosincrasia de muchos que buscan el éxito económico tomando ventaja de los renglones torcidos de la ley.
México goza de un desprestigio internacional ganado, en parte, por quienes han hecho de la corrupción y la impunidad un “lucrativo negocio”, pero más aún por una sociedad indolente y apática que acaso sólo se queja en manifestaciones estériles y endemoniados insultos desde las redes sociales.
La prepotencia es consecuencia del dinero y de la mala educación. La indolencia es consecuencia también de una mala educación. La mala educación en México, es pues, la raíz del caos.