La semana pasada el gobierno federal decidió mantener su pronóstico de crecimiento de la economía en 2.7% para el año.

 

La decisión vino minutos después de que el INEGI diera a conocer que la economía creció 1.04% en el segundo trimestre, muy superior a 0.44% del trimestre anterior y por arriba de las expectativas de los analistas del sector privado que rondaba 0.8%.

 

En suma, ya que la actividad económica en el segundo trimestre dio muestra de una clara mejoría, el gobierno consideró que no había razón para reducir su pronóstico en unas cuantas décimas, de 2.7% a 2.4 o 2.5% en que se sitúa el promedio de pronósticos de los economistas del sector privado.

 

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La explicación que dieron ese mismo día los funcionarios de Hacienda parece, en primera instancia, tener sentido. Si las exportaciones están creciendo a un ritmo superior a 4%, derivado de un mayor dinamismo industrial en Estados Unidos, al originalmente previsto; si el ejercicio del gasto público se viene dando a tasas elevadas -el gasto de inversión física al primer semestre creció 31.7%, según informaron- y si las expectativas sobre la inversión privada van al alza para el segundo semestre, derivado de una mayor certeza legal para las inversiones por la aprobación de las reformas, entonces la decisión de mantener una expectativa de crecimiento de 2.7% para este año luce, en principio, posible de alcanzar.

 

Los cálculos aritméticos dicen que con un crecimiento económico en el tercer y cuarto trimestres, ligeramente superior al que se acaba de reportar para el segundo trimestre, se alcanzaría el pronóstico de Hacienda.

 

Entonces era conveniente -desde la perspectiva del gobierno federal- que se mantuviera el pronóstico y así no tener que asumir el costo político y de credibilidad en la formación de expectativas que implicaría aplicar una cuarta corrección a la baja en tan solo año y medio de gobierno.

 

Pero la decisión que tomó Hacienda no está exenta de riesgos que pueden hacer -nuevamente- naufragar el pronóstico en un momento políticamente comprometedor para el PRI, de cara a las elecciones intermedias de 2015. Hay que recordar que el 21 de noviembre se dará a conocer el dato de crecimiento económico al tercer trimestre y será en la tercera semana de febrero de 2015 cuando se publicará el crecimiento del PIB de 2014.

 

Los riesgos de no alcanzar el crecimiento esperado por el gobierno en el año se concentran prácticamente en dos ámbitos: Que el ritmo de crecimiento de la inversión privada en este segundo semestre no sea suficientemente robusto, como se espera, derivado aún de las afectaciones de la reforma fiscal y del proceso de ejecución de las reformas que aún está en curso a través de los reglamentos, contratos y licitaciones que se darán a conocer en los próximos meses.

 

Y el segundo ámbito de riesgo que, me parece, es más importante aún: La lentitud en la recuperación del consumo de las familias, tan deteriorado en los últimos años y que puede descarrilar el pronóstico oficial.

 

El viernes pasado se dieron a conocer dos indicadores que encienden los focos rojos sobre este riesgo: El primero es la tasa de desempleo urbano que en julio pasado llegó a 6.83%, la cifra más alta desde julio de 2010 y que revela la incapacidad de la economía para incorporar a los desocupados en empleos formales o informales. Con este dato también es preocupante el deterioro observado en la tasa de desempleo urbano en hombres que alcanzó 7.14%, el mayor desde enero de 2010.

 

El segundo dato revelador es el que publicó Coneval sobre el deterioro del ingreso laboral que continuó su caída en el segundo trimestre de este año. El índice de tendencia laboral de la pobreza muestra un menoscabo en el poder adquisitivo del ingreso laboral de 1.63% a tasa anual, alcanzando 10 trimestres consecutivos de deterioro.

 

Así que ambos datos recientes -el del desempleo y la caída en el poder adquisitivo del ingreso- muestran un escenario muy complicado para la recuperación del consumo interno en tan poco tiempo, por lo que se cuestiona la recuperación económica y el cumplimiento del pronóstico del gobierno para el año.

 

Se ve complicado, pero Hacienda hizo su apuesta al mantener su pronóstico y tomó su riesgo. En todo caso, ya veremos los costos.