Como era de esperarse, el furor viral del Ice Bucket Challenge -el reto consistente en vaciarse un recipiente con agua helada y desafiar a tres personas a hacer lo mismo, o en su defecto realizar un donativo a la fundación estadunidense ALS,  dedicada a ayudar a pacientes que sufren esclerosis lateral amiotrófica, también conocida como “Enfermedad de Lou Gehrig”- ha alcanzado a algunos empresarios mexicanos de alta envergadura.

 

Algunos han intentado aprovechar la plataforma para promocionar su imagen e ir más allá del mero “gag” de tirarse agua helada al cuerpo. Por ejemplo, Manuel Arroyo (@manuel_arroyo), CEO de Lauman, ha prometido donar 10 pesos por cada RT que reciba uno de sus “tuits” hasta el 27 de agosto, a las 14 horas. Será interesante ver cuántos nuevos seguidores logra acumular en Twitter con esta acción. Emilio Azcárraga, CEO de Televisa, retó a todo el equipo América, con lo que sin dudas conseguirá espacios de promoción para su equipo y contenido para sus programas deportivos.

 

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Así, los empresarios mexicanos intentan estar a la moda al tiempo que muestran un supuesto talante altruista. Ahora bien, más allá de la fugacidad chocarrera del Ice Bucket Challenge, ¿qué tan sintonizados están nuestros “súper ricos” con sus similares del resto del mundo en materia de compromiso social?

 

En términos globales, el deseo de algunos súper ricos de involucrarse en el bienestar social se ha incrementado en años recientes. Por ejemplo, en junio de 2006, el entonces CEO de Microsoft, Bill Gates, anunció su transición de ejecutivo a director de tiempo completo de la fundación que fundó con su esposa en 1975. También en ese año, Warren Buffett informó que daría 37 mil millones de su fortuna acumulada en Berkshire Hathaway a causas filantrópicas.

 

Buffett llevó el debate a un nivel más alto en agosto de 2011, cuando le propuso al gobierno de Barack Obama que planteara un gravamen especial a aquellos que ganaran más de un millón de dólares al año. La iniciativa permeó entre otros multimillonarios. Semanas después, un grupo de súper ricos franceses –presidentes y directores de compañías como Total, Societe Generale, Fimalac y Air France- le pidieron a Nicolas Sarkozy, el entonces presidente galo, que les cobrara más impuestos.

 

Esta toma de conciencia marca un punto de inflexión en el ámbito de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE). Las incesantes demandas de múltiples stakeholders para implementar una mayor responsabilidad social en el manejo de las grandes fortunas, sumada al hecho de que el aumento exponencial en la calidad de vida ha redundado en que la edad productiva de los ejecutivos se sitúe por encima de los 60 años, ha derivado en que los CEOS ya no visualicen su retiro como una vida de descanso en la playa o en las montañas, sino como una oportunidad para ser un agente de cambio social y construir un legado del que puedan sentirse genuinamente orgullosos.

 

Anne Mack, trendspotter de JWT, está convencida de que estamos frente a un cambio de valores:“Antes, cuando un ejecutivo de alto nivel entraba en una crisis de mediana edad era común que comprara un coche o se consiguiera una amante más joven. Ese era el cliché. Hoy, en cambio, adopta una causa social y se dedica a promoverla con el vigor propio de un joven progresista. Muchos son extremadamente competitivos y comparan el número de donaciones obtenidas como si estuvieran apostando al futbol o los caballos. Es impresionante. Se ha convertido en una segunda carrera, en una segunda vida.”

 

Personajes como Buffett y Gates se ven a sí mismos como protagonistas de la vida mundial y actúan en consecuencia. ¿Veremos algún día la misma actitud en nuestros líderes empresariales, o su altruismo se reducirá a echar relajo y firmar cheques cada vez que salga una campaña viral en redes sociales?