TEHERÁN. Desde que el presidente de Irán, Hasan Rohani, asumió su cargo a principios de agosto de 2013, se ha producido un aumento en la violación de los derechos humanos en Irán. Alrededor de 800 personas han sido ejecutadas durante el último año en el país persa, muchas de ellas, en público.

 

 

Las dos últimas víctimas de la pena capital fueron dos hombres: uno de ellos perdió su vida en la ciudad de Sari (en el norte iraní), mientras que el otro también fue “colgado” en la horca en la ciudad de Borazjan, en el oeste. Y en ambos casos todo se produjo a la vista del público presente.

 

 

Mientras tanto, ayer las autoridades de la cárcel principal de la ciudad de Bandar Abbas (en el sur del país) transfirieron a un grupo de cinco hombres hacia un confinamiento solitario, a la espera de que se cumpla con su condena a muerte.

 

 

Se espera que los prisioneros Mohammad Balouch, de 55 años; Edris Hassan Zadeh, de 35; Mansour Hetdari, de 33; Mehdi Hashemi, de 26; y Sajad Rezapour, de 25, sean ahorcados este martes.

 

 

Balouch es un ciudadano paquistaní, mientras que Hashemi ha estado en prisión durante los últimos 10 años.

 

 

A finales de junio pasado, la ONU acusó a Irán por tener en el “corredor de la muerte” a 160 jóvenes que fueron condenados a la pena capital por delitos cometidos cuando eran menores de edad.

 

 

Además, en aquel entonces, Naciones Unidas informó que el régimen teocrático ha realizado ejecuciones después de juicios en los que fueron violados principios mínimos de Justicia.

 

Aquellas acusaciones se sumaron a un pedido de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay, quien urgió a las autoridades iraníes a suspender una inminente ejecución de una joven de 21 años.

 

Razieh Ebrahimi tenía 17 años cuando asesinó a su esposo, con el que había sido casada por la fuerza a los 14 años. Según su abogado, la joven era víctima de violencia de género.

 

A través de un comunicado, Pillay denunció “la aplicación inaceptable de la pena de muerte a criminales menores en Irán”.

 

A pesar de las 800 muertes que hubo en las horcas iraníes a lo largo de los últimos 12 meses, hubo un condenado que logró salvarse. Se llama Balal, y logró evitar la horca a último momento gracias al perdón de la madre de su víctima.

 

El hombre tenía la soga al cuello, y sólo restaba que los verdugos pateasen la silla que lo sostenía. Pero su pena finalmente fue “canjeada” por un cachetazo en el rostro.

 

La multitud que seguía la ejecución recibió el gesto con aplausos, mientras Balal terminó llorando sin consuelo asistido por sus verdugos.

 

En 2007, durante una pelea en la ciudad iraní de Royan, Balal, quien en ese momento tenía 19 años, le clavó un cuchillo en la garganta a otro joven de 18, Abdollah Hosseinzadeh, provocándole la muerte.

 

La denominada sharia o “ley islámica” permite que la familia de la víctima tome parte en la ejecución, aunque también le deja la potestad de perdonar al asesino. Sin embargo, no pueden decidir sobre una eventual pena de prisión, por lo cual aún se desconoce si Bilal será liberado o quedará tras las rejas para cumplir otra condena.