Si ocurre en México un aumento significativo del salario mínimo, al final será un hijo que tendrá muchos padres: Miguel Ángel Mancera, el PAN, los secretarios de Trabajo estatales. Pero lo más importante es que podría hacer que por fin tenga sentido el crecimiento del Producto Interno Bruto, ya que de 1987 a la fecha siempre se ha pretextado el control de la inflación para no incrementar el salario, y desde entonces hemos tenido al mínimo entre los 90 y los 120 dólares mensuales.

 

Décadas de un salario mínimo ridículo no sólo afectaron al mínimo: las clases pudientes no perdieron poder adquisitivo, las asalariadas sí.

 

Mi mejor salario lo logré siendo director general en Semarnat en 2006. Un día de trabajo bastaba para echarme en el bolsillo lo que mi secretaria ganaba en un mes. Al ser una empleada sindicalizada ganaba casi tres salarios mínimos. Yo no trabajaba 30 veces más que ella, pero una decisión mía impactaba mucho más que una decisión de ella. Esa sería la justificación. Sin embargo, esas proporciones reflejan que la mala política salarial comienza en el gobierno e impacta a la sociedad.

 

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En el gobierno en general, cada que un funcionario sube de nivel, gana mucho más que el nivel anterior. El resultado es una distancia enorme entre niveles altos y bajos. Por ejemplo, un jefe de departamento categoría OA1 gana 14 mil 338 pesos netos, mientras que un secretario de Estado gana 156 mil 495 pesos. Una diferencia de 11 a uno. ¿Es eso lo que queremos como sociedad?

 

No sé cuál deba ser el salario de una secretaria, un jefe de departamento o un secretario de Estado, sólo que me parece que diferencias muy grandes en la escala salarial nos conducen a mundos paralelos y desiguales: el hijo de la secretaria tendrá que ir a una escuela pública, el del jefe de departamento quizá vaya a una privada patito y el del secretario de Estado irá a la mejor escuela y además tendrá maestro de tenis y hablará inglés con acento británico.

 

Mayor responsabilidad exige mayor recompensa, eso lo entiendo, lo que no puedo aceptar es que tengamos una estructura social que nos perpetúe las diferencias. El hijo de la secretaria aspirará a heredar la plaza de su madre, el hijo del jefe de departamento será profesionista asalariado, el hijo del secretario de Estado podrá ser secretario de Estado o empresario.

 

La familia de la secretaria se moverá en transporte público y en autos que no circulen el sábado, la del jefe de departamento en un vehículo compacto y la del secretario de Estado se meterá en problemas con autos lujosos de modelo reciente. ¿Es eso lo que queremos como sociedad?

 

Los antiguos barrios se mezclaban. El hijo del comerciante próspero estudiaba con el hijo del que cantaba en las cantinas. Eran amigos. Uno tenía ventajas, ciertamente, pero la sociedad era permeable. Es verdad que la economía sigue dando oportunidades de escalar, pero no las estructura, no ve la permeabilidad social como la estrategia de una sociedad justa.

 

Me parece fundamental que suba el salario mínimo, pero debemos voltear a mirar toda la escala salarial y la generación de oportunidades equitativas. Si un director general gana cinco veces más que su secretaria y dos veces más que un jefe de departamento, es probable que sus hijos estudien juntos, es probable que la convivencia del “junior” no sea predominantemente con otros juniors sino con todo el abanico social.

 

La discusión sobre el salario mínimo, entonces, debe ser mucho más amplia. Me refiero a la necesidad de una sociedad inclusiva, equitativa, de oportunidades, que construya un mejor futuro para todos y no sólo para las clases altas. Claro que la ruta debe incluir temas de inflación y productividad, como se ha señalado en días recientes, pero sin duda debe ir mucho más allá.