Hace escasos días Pew Research publicó un informe sobre “Redes Sociales y la espiral del silencio” que está dando mucho que hablar por los resultados que arrojaron sus encuestas sobre el tema de las revelaciones del consultor de la NSA, Edward Snowden, en 2013, que exponen la recopilación masiva de datos del gobierno estadunidense a través de la vigilancia de teléfono y correo electrónico.
Este informe señaló que de los mil 800 adultos de Estados Unidos encuestados, apenas 42% de los usuarios de Facebook y Twitter estaban dispuestos a publicar sobre el programa de vigilancia de la NSA, en comparación con 86% de las personas que sí estaban dispuestas a tener una conversación en persona.
El estudio también encontró que las personas estaban más dispuestas a hablar sobre el tema con quienes estaban de acuerdo con ellas, tanto en línea como fuera. Este estudio también encontró que los usuarios de redes sociales son más reacios que otros a compartir sus puntos de vista discrepantes, en línea o fuera. Más datos.
El usuario promedio de Facebook, aquel que entra al sitio un par de veces por día, muestra una disposición mayor a hablar en un debate cara a cara con amigos. Precisamente el término “espiral del silencio”, que nació mucho antes que las redes sociales, aplica tanto para el mundo online como el off line: un punto de vista dominante se traduce en conversación porque los que tienen puntos de vista minoritarios son menos propensos a hablar. Ahora, con las redes sociales parece más fácil el autocensurarse y hablar sólo de lo que tendrá muchos likes, en lugar de opiniones minoritarias que puedan despertar un debate negativo en los comentarios.
Resulta contradictorio ver cómo un medio de expresión libre y con escasas barreras para publicar como son las redes sociales se está convirtiendo en un espacio donde los usuarios se autocensuran al rechazar hablar de determinados temas que reflejen una actitud minoritaria o que creen que les va a generar un rechazo.
Todo esto ocurre básicamente porque a medida que nuestra audiencia crece o percibimos que aumenta, entonces la cantidad de información sobre uno mismo que está dispuesto a compartir disminuye. Y ocurre lo mismo en el mundo offline. Una charla con un amigo o familia puede tener un cariz más personal y posicionarnos de manera determinante ante un tema, pero si la audiencia crece como sucede con las redes sociales, aunque se tenga cierto control de los amigos que puedan ver la información, lo cierto es que el círculo es más grande e incierto, por lo tanto el nivel de confianza es menor, y entonces la predisposición a tomar partido por ciertos temas que nos definen, se diluye por miedo a los comentarios negativos.
Así, la consecuencia es que se comparte menos información de lo que no es bien visto, o incluso desaparece del timeline o del muro. Si bien en las redes sociales se puede matizar, replicar o aclarar, éstas quedan muchas veces alejadas del contexto original. Eso sí, siempre queda la opción del anonimato, pues como revela un estudio, el de Lifefyre, 78% de las personas que comentan de manera anónima no lo harían bajo su verdadera identidad. Incluso hay valor en declaraciones anónimas ya que 59% de los encuestados dijo ver en los comentarios anónimos igual o más valor que los de las personas con identidades verificadas.
Esta situación de la autocensura habría que verlo como una lógica característica de las redes sociales. El comportamiento del usuario no es el mismo con 50 amigos que con dos mil. Es normal que cuantas menos personas y más conocidas se tenga como amigos, el usuario se involucre más y se tome el tiempo para interactuar por si surge un malentendido. Ahora bien, esto no significa que en las redes sociales no se puedan exponer argumentos minoritarios. Una de las soluciones es publicar en foros más privados donde haya un riesgo menor para medir el impacto y luego hacerlo en foros más grandes. Ello tiene una doble ventaja: enriquecer el razonamiento y compromiso con uno mismo.
Investigadora del Proyecto Internet, Cátedra de Comunicaciones Digitales Estratégicas, Tecnológico de Monterrey, campus Estado de México. Su cuenta de correo electrónico: amaya.arribas@itesm.mx