“México ya cambió”. Nada más cierto que esa aseveración hecha por el Presidente de la República en su Segundo Informe de Gobierno. Lo cuestionable sería asegurar que esa transformación fue para bien.

 

México desde hace dos años es otro. La competitividad del país se ubicaba en la posición 53 de 144 países valuados en 2012 y en este año se ubica en la 61 de acuerdo con el World Economic Forum. La economía está estancada, la clase media merma su capacidad de compra, el comercio informal crece y la corrupción alcanza niveles de escándalo internacional.

 

PAG-3_ROBERTO-HERNÁNDEZ_segundo-informe_Gabinete

 

México, a diferencia de años anteriores, no goza de buena reputación internacional. El principal socio comercial del país, Estados Unidos, por poner un solo ejemplo, emite advertencias y recomendaciones a sus ciudadanos que necesitan o quieren visitar México, como lo hace para quienes viajan a las regiones más conflictivas e insalubres de África o Medio Oriente. Eso es una vergüenza muy actual que lastima el orgullo nacional.

 

México no es el mismo. Hoy la desafortunada fórmula colusión + complicidad + corrupción x impunidad ha propiciado un nivel de inseguridad que ha hecho del país un lugar donde la vida es una suerte de videojuego: la gente sale de su casa sin saber si va a regresar.

 

México cambió. Hoy Presidencia necesita patrocinar -con cargo al erario- sus tuits propagandísticos porque los retuits son sólo de miembros del gabinete, personajes cercanos al sistema y los lambiscones de siempre que estiran la mano en un entrelineado evidente de “Me da una monedita por favor”.

 

Hoy México forma estudiantes en su sistema de educación pública, muchos de ellos -no todos- aprenden a ejercer su libertad de expresión pintarrajeando la propiedad privada con grafiti vandálico, degradando el paisaje urbano y evidenciando la calidad cívica de los jóvenes ante la indolencia de delegados ineficientes y de policía inoperante.

 

Gobernadores que anuncian ambiciosos proyectos de obra pública que generan aplausos de muchos, negocios para unos cuantos, mucha propaganda política con muchas fotos de los mega proyectos: generalmente “cascarones” de hospitales, escuelas, carreteras… que al final quedan en eso, en “cascarones”.

 

México ha cambiado. Hoy el electorado mexicano “compra” políticos fabricados por la televisión bajo un esquema propagandístico basado en un script de telenovela en el que el protagónico se lo lleva un “galanazo” acompañado de una primerísima actriz… El mismo modus operandi de los capos de la televisión que popularizan a jugadores de futbol a través de vinculaciones plásticas con conductoras o actrices a fin de generar mucha prensa.

 

La televisión ha cambiado a México, e irónicamente, es ese medio masivo el que le da el “beso de las buenas noches” a millones de mexicanos con una fuerte dosis noticiosa de amarillismo, sangre, explosiones, desolación y escenarios pesimistas, demostrando -o por lo menos eso parece- que el terror es una línea editorial parte del sistema de gobierno.

 

Las televisoras son el verdadero aparato educador de este país. Y la realidad es que la pantalla apantalla más cuando la audiencia es culturalmente deficitaria, por ende, mucho menos crítica.

 

Mientras otros países tienen en la educación el músculo de su desarrollo económico, bienestar social y, por ende, de un alto poder adquisitivo per cápita, en México hay políticos que proponen absurdamente el alza en el salario mínimo, como si el cáncer se curara con desenfriolitos, sólo porque saben que el grueso de la clientela perredista es fan del populismo anacrónico y trasnochado.

 

Definitivamente México ya cambió. Cada vez más ciudadanos muestran su hartazgo. Unos armándose para autodefenderse -sepa Dios cómo y bajo los auspicios de quién-, otros desplegando mantas advirtiéndole a los rateros que si son pillados mueren, y otros ciudadanos liquidando asaltantes en la vía pública (víctimas que victiman al verdugo).

 

México quizá no ha estado tan armado como ahora, por lo menos desde 1910. Hoy esa mezcla de engaños, dobles discursos, corrupción, abusos, excesos y privilegios al capital foráneo sin considerar beneficios reales para una clase trabajadora que, en su mayoría, no calificada en los sectores clave que atraerán grandes flujos de inversión extranjera directa, puede ser la chispa que detone un movimiento social que espolee el ánimo del cambio.