El nivel de tensión, de inestabilidad sociopolítica y de potencial riesgo internacional que ha generado el conflicto a partir del surgimiento del grupo ahora llamado Estado Islámico (EI), me ha hecho reflexionar sobre la importancia de retomar la relación entre Irán, una de las grandes potencias regionales, y Estados Unidos.
Esta reflexión es necesaria, ya que ambos actores juegan un papel determinante en el desarrollo del conflicto. Para esto, es necesario recapitular y contextualizar los hitos de su desbalanceada relación diplomática y militar.
Históricamente, Estados Unidos ha mantenido un interés en la región de Medio Oriente. El territorio que conforma Irán es de un valor estratégico fundamental por su posición geográfica, su población y sus recursos naturales, específicamente su petróleo (Irán ocupa el tercer lugar en reservas de hidrocarburos). De igual manera, Irán conforma un puente natural entre Rusia y el Océano Índico, ya que cuenta con costas en el Mar Caspio y el Golfo Pérsico.
Durante la primera mitad del siglo XX, Estados Unidos e Inglaterra mantuvieron una marcada presencia con múltiples empresas que se enriquecieron explotando y comercializando el petróleo iraní, al punto en el que gozaron un papel preferencial y manipularon la política interna para beneficiar sus intereses. En el año de 1951 fue electo democráticamente el primer ministro Mohammad Mossadeq y nacionalizó el valioso petróleo que estaba en completo control de agentes extranjeros. Dos años después, el primer ministro fue derrocado mediante un golpe de Estado orquestado por las agencias de inteligencia de Estados Unidos e Inglaterra y se reinstauró el gobierno anterior, encabezado por el Shah Reza Pahlevi.
El gobierno del Shah representó los intereses económicos y políticos de las dos potencias occidentales. Su mano dura en contra del clero islámico, los comunistas y la disidencia en general, dieron como resultado un movimiento sociopolítico de corte religioso conocido como la Revolución Islámica de 1979, encabezada por el Ayatola Alí Jomeini.
En el contexto del surgimiento de la revolución, un grupo de estudiantes universitarios apoyados por el Ayatola tomaron la embajada estadounidense, secuestrando a un grupo de 52 diplomáticos americanos. Su cautiverio duró 444 días y los gobiernos de Estados Unidos rompieron por completo sus relaciones diplomáticas hasta el día de hoy.
Otro episodio digno de ser recordado en las relaciones entre estos dos países, fue el llamado escándalo Irán-Contra. Este embrollo con varios actores internacionales, se dio entre 1985 y 1986, cuando Estados Unidos envió armamento de manera encubierta a Irán para apoyar su lucha contra Saddam Hussein. A su vez, las ganancias obtenidas por las ventas de armas financiaron a la “contra” en Nicaragua, escuadrones de muerte apoyados por Estados Unidos en la revuelta en contra del gobierno sandinista. El escándalo marcó uno de los puntos más bajos en la administración de Ronald Reagan y evidenció la influencia de Estados Unidos en contra de los gobiernos de izquierda en el contexto de la Guerra Fría.
Los gobiernos emanados de la Revolución Islámica de 1979 han simbolizado a Estados Unidos como el gran enemigo del pueblo iraní. De igual manera, los mandatarios estadounidenses han implementado embargos comerciales y financieros a Irán que han limitado su desarrollo. George Bush, en un discurso en 2002, declaró a Irán como miembro del “Eje del Mal”, al lado de Irak y Corea del Norte.
La llegada del presidente Hassan Rouhani en 2013 al gobierno de Irán ha significado un simbólico acercamiento entre los dos países. Barack Obama y su contraparte iraní mantuvieron una llamada telefónica el 27 de septiembre del año pasado, lo cual fue el acercamiento político más cercano entre Irán y Estados Unidos desde 1979.
Regresando al conflicto actual del Estado Islámico, es necesario retomar las siguientes consideraciones. El gobierno y la sociedad de Irán están conformados en su amplia mayoría por chiíes, una de las dos grandes ramas del Islam. El Estado Islámico considera a cualquiera que no sea suní (la otra gran rama musulmana), como herejes y enemigos del Islam que no caben dentro de su autoproclamado califato. Por consecuencia, este grupo terrorista representa una amenaza latente para Irán, de la misma forma que lo es para los intereses de Estados Unidos en Irak y sus aliados en la región.
La enemistad entre Washington y Teherán podría verse opacada por la necesidad de una valiosa cooperación en el campo táctico, militar y de inteligencia para contrarrestar la avanzada del Estado Islámico.
Desde su rompimiento de relaciones diplomáticas, el enemigo común parece ser la única fuente de acuerdo entre los dos países. Si bien no fue de manera abierta, Irán apoyó tácitamente a Estados Unidos en contra de los talibanes en Afganistán, quienes también representaron una amenaza a la estabilidad regional. De igual manera, Irán simpatizó con el derrocamiento de Saddam Hussein en Irak, después de que este dictador persiguió al sector chií en su país.
Si bien dicha cooperación no se ha logrado materializar, la especulación mediática apunta a que el gobierno de Obama y de Rouhani se pueden poner de acuerdo para intentar contrarrestar el avance del Estado Islámico. La desgraciada coyuntura en la que este acercamiento tiene lugar puede ser una oportunidad dorada para que las relaciones de estas potencias puedan llegar a normalizarse, disminuyendo el riesgo de un catastrófico enfrentamiento entre dos de los ejércitos mejor equipados del mundo.