Quien -a contrapelo a su costumbre- ha estado muy callado en las últimas semanas es el todavía presidente del Grupo Financiero Banorte, Guillermo Ortiz.
Nada ha dicho sobre el vendaval mediático que le cayó encima hace algunas semanas a raíz de las versiones de su presunta salida del grupo financiero por sus diferencias -nada nuevas, por cierto- con los herederos de Roberto González Barrera.
Ya es muy difícil que Ortiz Martínez se mantenga en el puesto y la cuestión parece ser de tiempo y de acuerdos básicos en el Consejo para una transición ordenada de la presidencia de uno de los grupos financieros más importantes del país.
El silencio de Ortiz se explica por el trago amargo que implica la pérdida de reputación en su posición de banquero privado que, creyó, tendría un mayor horizonte de tiempo después del fallecimiento de González Barrera. Sin embargo el desenlace por los constantes desencuentros llegó pronto.
Ortiz perdió esa batalla porque, ya sin el cobijo de González Barrera, siguió actuando como el alto funcionario público que fue durante muchos años; con sus ya conocidos arrebatos y juegos de poder típicos de los círculos de la alta burocracia.
Perdió de vista el principio básico en la iniciativa privada, que el dinero manda en la toma de decisiones. No atendió los intereses de los principales accionistas del grupo, se enfrentó a ellos y cayó. Ahora su silencio es síntoma del desenlace por venir.
En la otra orilla la pregunta que aquí planteamos desde hace un par de años es más vigente que nunca con lo que viene ocurriendo en el grupo financiero: ¿Cuándo llegará el nieto de don Roberto, Carlos Hank González, a Banorte? El nombramiento del director general de Interacciones como vicepresidente de Gruma, en diciembre de 2012, fue interpretado en aquel momento como un paso adelante en ese sentido.
Ahora -de concretarse la salida de Guillermo Ortiz en octubre próximo- el desembarco de Hank González solo será cuestión de tiempo y de tacto; si es que imperan. En todo caso, no sería nada aventurado imaginarse que así lo habría planeado Don Roberto aunque -quizá- con un poco más de tacto y, claro, de tiempo.
PRONÓSTICO CON CÁLCULO POLÍTICO
Si algún pronóstico del gobierno llamó la atención en el documento “Criterios Generales de Política Económica 2015”, fue la expectativa de crecimiento económico que espera el gobierno de Peña Nieto. Y no precisamente por optimista, como fue la tónica en los dos años anteriores, sino más bien porque -dicen los expertos- el gobierno pecó de excesiva cautela.
Quizá la razón es que -como dice el refrán- la burra no era arisca… Y es que en 2013 y 2014 el gobierno salió mal parado con sus pronósticos que tuvo que revisar a la baja en tres ocasiones.
Así que esta vez, para 2015 Hacienda prefirió apostar por un modesto crecimiento de solo 3.7%, un punto porcentual por debajo de su propio estimado de hace unas cuantas semanas e, incluso, menor al estimado del sector privado que -según la encuesta de Banxico- calcula que la economía crecerá 3.85%. ¡Inverosímil! Que Hacienda vaya por detrás del estimado del sector privado cuando, por otro lado, grita a los cuatro vientos que el próximo año habrá una explosión de inversiones a raíz de la reforma energética y de las grandes obras de infraestructura que impulsa el gobierno.
Así -de repente- Hacienda se ha convertido en el pesimista del guión hacia el próximo año.
Claro que la explicación de este aparente esquizofrénico comportamiento del gobierno, no debe buscarse entre los cálculos técnicos de los economistas de Hacienda; sino más bien en el cálculo político de su titular. Y es que con las elecciones enfrente más vale irse “pesimista” en los pronósticos de crecimiento para no correr ningún riesgo de tener que recular públicamente a mitad del camino.
Por el contrario, el cálculo interno del gobierno es que la economía crecerá el próximo año por arriba del 4%; cuestión que, de darse, le daría al presidente Peña Nieto un motivo más para impulsar la campaña electoral de los candidatos del PRI.