Cantinflas (Dir. Sebastián del Amo)
La cualidad más brillante de Cantinflas (segundo largometraje de Sebastián del Amo) es -sin duda- la interpretación que del mítico comediante mexicano hace el español Óscar Jaenada. En el actor se mezcla no sólo la fortuna del increíble parecido físico, sino la determinación de encarnar a cabalidad al personaje: el tono de voz, los manierismos, el despliegue físico y -cuando el guión lo permite- aquel hablar atropellado que lo hiciera inconfundible.
Pero si Jaenada acalla los desvaríos nacionalistas que criticaban su condición de ciudadano español como elemento imposibilitante para interpretar a “nuestro peladito”, lo cierto es que su sola actuación tampoco es suficiente para sacar del marasmo a esta fábula condescendiente, acrítica, caricaturesca y demasiado solemne sobre la vida de Mario Moreno.
La película en realidad parece dos: la primera narra el periplo de Michael Todd (Michael Imperioli) al tratar de levantar de manera independiente la filmación de La Vuelta al Mundo en 80 días. Eventualmente, Todd tendrá que entrevistarse con Cantinflas, a quien no puede llevar en un donkey flight a Estados Unidos, sino que se ve obligado a visitarlo en sus oficinas en México.
Esta es una característica predominante en la cinta de Del Amo, la necesidad de recalcar a Cantinflas como provocador de un reconocimiento singular en la Unión Americana: Cantinflas no va a Estados Unidos, Estados Unidos lo viene a buscar; Cantinflas no habla en inglés, domina a la perfección el idioma, pero no lo usa a menos que sea estrictamente necesario; Cantinflas no acepta papeles secundarios en Hollywood, va por el protagónico; Cantinflas “humilla” al mismísimo Marlon Brando en la entrega de los Globos de Oro de 1957. Cantinflas cual segunda versión de la invasión de Pancho Villa a Estados Unidos.
En paralelo, el caótico guión escrito por Edui Tijerina y el propio director, narra los inicios del comediante en las carpas, su encuentro definitorio con Estanislao Shilinsky (Luis Gerardo Méndez), el matrimonio con su primera y única esposa, Valentina Ivanova (Ilse Salas), sus inicios en el cine, sus días como líder sindical así como sus tragedias familiares (la imposibilidad de tener hijos con Valentina) y, en resumen, la meteórica carrera que lo llevaría de la pobreza a la riqueza.
A medio camino entre telenovela y farsa, haciendo uso constante de letreros para ubicar en el tiempo al respetable (el guión cuenta con poco más de 10 saltos temporales que no hablan sino de la escasa pulcritud del mismo), la película rápidamente se convierte en una penosa fiesta de disfraces donde el who is who del star system mexicano (es un decir) pareciera desvivirse por un cameo en esta cinta: Adal Ramones es Soto Mantequilla, Julio Bracho es Jorge Negrete, Ximena G. Rubio es María Félix, Joaquín Cosío es El Indio Fernández, etc.
“Miren nomás qué imagen”, dice irónico Luis Gerardo Méndez en una escena donde todos estos cameos convergen, “la crema y nata del cine nacional”. La frase resulta, sin buscarlo, en el único momento ácido en la cinta: la crema y nata del cine nacional de hoy día imitando ridículamente a las estrellas de la Epoca de oro, un momento por demás lamentable.
Aquel instante de involuntaria autocrítica será el único; aquí no habrá lugar para hablar de la debacle del personaje (vuelto servidor público en sus muy moralinas películas), de su cercanía con el poder (era el favorito del PRI gobierno), de su conflicto posterior con Jorge Negrete e incluso con Tin Tan (“No se aceptan pachucos porque me caen gordos”, reza un letrero en Si yo fuera diputado, 1952).
Una fantástica actuación desperdiciada en una increíble superficialidad. Sólo espero que, ante el inevitable éxito económico, no les den ganas de repetir lo mismo con Tin Tan; a ese sí que me lo dejen en paz, de favorcito.
Cantinflas (Dir. Sebastián del Amo)
2 de 5 estrellas