En Memorias de Neil Young: el sueño de un hippie (Malpaso Ediciones, 2014), Young (Toronto, 1945) habla de los inicios de su carrera hasta la actualidad: su viaje desde Canadá con sus primeros compañeros de banda y una cantidad muy limitada de mariguana; su llegada a Estados Unidos, los problemas de hospedaje y cómo se las arreglaron para salir día a día con los dólares que los hippies gringos les soltaban (Young afirma algo que, si lo pensamos detenidamente, llega a ser obvio: los hippies eran en su mayoría ricos o hijos de ricos); y la fundación de Buffalo Springfield, su primera banda junto a Richie Furay, Stephen Stills y Bruce Palmer.
Después pasa a la separación de Buffalo Springfield (sus idas y venidas en el mundo de la música) y la creación de su siguiente banda —con la que de vez en cuando toca o graba—: Crazy Horse (con Ralph Molina, Poncho Sampedro y Billy Talbot); luego una banda más —CSNY— y sus trabajos en solitario; sus mujeres, sus hijos, las diversas enfermedades que atacan a los varones Young; las muertes cercanas y su desenvolvimiento como artista en la música y el cine; además de sus inventos tecnológicos que espera un día vean la luz.
El libro pretende tener un orden más o menos cronológico. En cada capítulo (algunos titulados y otros no) Young relata anécdotas que se desencadenan a partir de ciertas situaciones cotidianas en la actualidad, que llevaron al músico a tomar decisiones —acertadas o no— sobre su carrera, su familia y él mismo.
En sus Memorias, Young se inclina más por darle luz a su carrera y vida actuales que a su pasado. Y nos habla una y otra vez —quizá con demasía— de sus dos grandes y maravillosos inventos: el Lincvolt, un auto eléctrico que no ha visto la luz más por mala suerte (y mala de verdad, según cuenta) y el PureTone, un programa que (hasta donde entendí) mejora la experiencia auditiva del melómano.
Memoria aleatoria
Por otro lado, los relatos sobre fiestas y conciertos son divertidos e incluso intensos. En algún momento los que estaban muertos aparecen vivos en los capítulos siguientes; Young regresa y se adelanta en el tiempo de manera aleatoria, lo que al final provoca ciertas confusiones de fechas, bandas, lugares y situaciones que pueden llegar a perder al lector. La relación de las esposas y parejas de sus amigos y conocidos es tan variada que quedan varios nombres olvidados. Algunos como Joni Mitchell o Bob Dylan aparecen en repetidas ocasiones, tanto por participaciones conjuntas como por relaciones amistosas y musicales o de admiración particular.
Cuando a Neil le toca hablar de su familia el tono cambia radicalmente: es amoroso, dedicado, incluso preocupado. La enfermedad siempre ha sido la sombra de Young. Ésta se presentó en el comienzo de su carrera con los primeros ataques epilépticos, problemas de columna, alteraciones cerebrales y operaciones; luego, con el nacimiento de su primer hijo, Zeke (hijo de Carrie, su primera esposa), quien sufre parálisis cerebral; y, posteriormente, con su segundo hijo, Ben (hijo de Pegi Young, su actual esposa), quien es tetrapléjico. Sus hijos se convirtieron en los amuletos, no sólo de Neil, sino de todos y cada uno de los miembros de sus distintas agrupaciones. Especialmente de Crazy Horse.
El libro
En cuanto al libro físico, la edición está bien cuidada (con algunos errores mínimos de edición y redacción): pasta dura con funda y toda la cosa, y fotografías de archivo de aquellos que fueron o son parte importante en la carrera de Young. Incluso el papel está bonito. No obstante, el único índice que existe es el de las referencias a las fotografías. La narración, fluida y divertida, hace bastante amena la lectura y adentra al lector, versado o no en la carrera de Young, a su vida y obra.
Capítulo veintiuno ¿Te has preguntado alguna vez qué hace falta para componer una canción? Ojalá supiera los ingredientes exactos, pero no se me ocurre nada específico. Para mí, las canciones son producto de la experiencia y de una alineación cósmica de circunstancias. Es decir, quién eres y qué sientes en un momento determinado. He escritor muchas canciones. Algunas no valen nada. Algunas son geniales y otras pasables. Eso es lo que opina la gente. Para mí son como hijos. Nacen, crecen y luego se valen por sí mismas en el mundo. Buscarse la vida en el mundo no es fácil para una canción. A veces acaban en una cinta o en un CD en la basura o tal vez en el apartado de saldos, otras en un vinilo olvidado en el vertedero o, esperemos, en una tienda de música independiente. En el peor de los casos, su destino es convertirse en un archivo de mp3 con menos del cinco por ciento del sonido original. Sin embargo, alguien creó esas canciones y de eso es de lo que quiero hablar ahora. No he escrito ni una sola canción desde que en enero de 2011 dejé de fumar marihuana. Nos hallamos en medio de un experimento químico de primer orden. Mis canciones comienzan con una sensación. Oigo algo en mi interior o siento algo en el corazón. Otras veces cojo la guitarra y me pongo a tocar sin pensar en nada. Así nacen muchas también, cuando no pienso en nada. Así nacen muchas también, cuando no pienso en nada. Pensar es el mayor enemigo para componer. Comienzo a tocar y sale algo nuevo. ¿De dónde sale? Qué más da. Hay que dejarse llevar. Es lo que hago. Nunca lo juzgo. Lo creo. Llega a mí como un regalo cuando me pongo a tocar. Los acordes y las melodías aparecen por sí solos. No es el momento de analizar ni de preguntarse nada, sino de familiarizarse con la canción sin cambiarla. Es como un animal salvaje, un ser viviente. No hay que ahuyentarlo. Ése es mi método o, en cualquier caso, uno de mis métodos.De joven jamás soñé con esto. Soñé con colores y que me caía, entre otras cosas más. Neil Young.