Situación aparentemente contradictoria, aunque, más bien, resulta obvia: que la verdadera competencia en la Fórmula Uno se suscite entre quienes contienden bajo iguales circunstancias, limitaciones, fortalezas. Y eso sólo acontece entre compañeros de escudería.
Iniciada una carrera, todos son rivales. No obstante, lo son a mayor proporción quienes cuentan con idénticos recursos, quienes disponen de idéntica tecnología, quienes dependen de idénticos monoplazas.
Por ello a nadie resulta extraña la actual enemistad entre Lewis Hamilton y Nico Rosberg, compañeros en Mercedes. Porque ninguno de los dos está dispuesto a asumir la postura tan dócilmente mostrada en años recientes por Mark Webber en beneficio de su coequipero en Red Bull, Sebastian Vettel, o en la década pasada por Rubens Barrichello en Ferrari, quien incluso llegó a ceder el paso a su compañero Michael Schumacher.
“Ha cambiado de, digamos, una relación casi amigable al inicio de la temporada a un momento muy intenso en el que son como dos enemigos compitiendo por el título mundial”, admitía el director ejecutivo de la escudería, Torger Toto Wolff.
El Gran Premio de Singapur, disputado el domingo en el circuito nocturno de Marina Bay, catapultó a Hamilton al liderato general, al haber coincidido su victoria con el abandono de Rosberg. Sus monoplazas mostraron comportamientos opuestos: el del alemán tuvo fallos en todos sentidos (“ha sido un día malo; no funcionaban los botones del volante”, admitía frustrado), mientras que el de Hamilton permitió una gran carrera, pese a que este circuito no favorece especialmente al mejor motor (como lo es el de Mercedes) al carecer de rectas largas.
Con más de 50 puntos respecto a su más cercano perseguidor y con sólo cinco carreras pendientes en el calendario, nadie duda que los títulos, tanto de pilotos como de escudería, serán para Mercedes. Su dominio es tal que entre los dos totalizan 11 primeros sitios en un total de 14 grandes premios.
Todo luce aparentemente maravilloso para la escudería, salvo por el hecho de que su rivalidad ya implicó algún choque (en Bélgica, un mes atrás) y mucho caos (como en Hungría, a fines de julio, cuando se indicó a Hamilton que permitiera el paso a Rosberg y el británico desacató).
Esto nos remite a algunas de las grandes disputas en la historia de la Fórmula Uno que fueron, por supuesto, entre compañeros. La primera que viene a la mente es la que dividió férreamente a Alain Prost y Ayrton Senna en McLaren. Empezaron como amigos, aunque pronto pelearon por todo hasta hacer insostenible que compartieran ya no digo escudería, sino aire.
Entre muchos más casos (por ejemplo, Nigel Mansell y Nelson Piquet, en Williams), algo similar experimentaron el propio Hamilton y Fernando Alonso en 2007 en McLaren-Mercedes. La escudería llegó a lanzar un anuncio musicalizado con la canción infantil de “Todo lo que tú hagas, yo lo puedo hacer mejor. Yo puedo hacer todo mejor que tú”. Ahí, como niños berrinchudos, los dos pilotos competían por registrarse primero en el hotel, por ganar el elevador, por entrar antes al gimnasio… hasta que al final ingresaban al sauna y se sorprendían de ver que Mika Hakkinen había llegado antes.
Tan lamentable fue el desenlace que la pugna entre los dos pilotos hizo perder a McLaren-Mercedes un cetro seguro: tanto Hamilton como Alonso finalizaron con 109 puntos, uno detrás de Kimi Raikkonen (como en el sauna del anuncio, otro finlandés aprovechó el desgaste entre supuestos compañeros).
Difícil balance: todos sueñan con ser monarcas de la máxima categoría del deporte motor. Difícil en un deporte individual que es a la vez de equipo.