Obama amenazó con invadir a Siria. En la guerra civil el presidente Bachar al Asad también participaba activamente, y en un acto de salvajismo, decidió utilizar armamento químico. Era la línea roja de la que hablaba Obama: “si la rebasa, atacaremos”. Finalmente, el presidente ruso convenció a Al Asad que no utilizara gases químicos para asesinar a sus compatriotas, no sunitas pero sí chiitas.
Ahora, después de tres años de guerra civil, Siria está rota. El gobierno de Al Asad controla entre 60 y 70% del territorio mientras que entre rebeldes sirios y yihadistas del Estado Islámico tienen el resto, entre 30 y 40%. La cifra de muertos va en ascenso: 140 mil. Se estima que la de desplazados en el interior del país supera a los cuatro millones mientras que más de 2.5 millones han abandonado Siria para refugiarse en Líbano (900 mil), Jordania (500 mil), Turquía (500 mil), Irak (200 mil) y Egipto (150 mil). Así lo reporta el Observatorio de Derechos Humanos en Siria.
Siria es el campo de batalla pero en él los intereses étnicos y bélicos de Arabia Saudita (sunitas) e Irán (chiitas) son importantes. La trascendencia global de Siria también es clara. Rusia mantiene una base naval en Tartus, la costa mediterránea siria. Frente a Bachar al Asad se encuentran no sólo Arabia Saudita, también Turquía y Qatar. Lejos de la zona, se observa a un presidente Obama debilitado por el tema. Siria puede ser la enorme deuda de su legado gubernamental.
Desde hace años, el Pentágono supo que la guerra santa emprendida por el Estado Islámico de Irak y el Levante, tenía -o tiene- como objetivo la instalación de un califato entre Irak y Siria. Es decir, de que la lucha étnica-religiosa entre chiitas y sunitas podría pasar a segundo término. En efecto, la lucha intestina entre los “moderados” sunitas se detona a partir de la forma en que se relaciona Al Qaeda con ello. Porque también hay que decirlo, el Estado Islámico es la versión hard de Al Qaeda.
El problema es algo similar al de las muñecas rusas, uno cree que está observando el problema pero en su interior existe otro, lo destapa, pero en el interior está incubado otro.
El 17 de diciembre de 2010 en Sidi Bazid, Túnez, Mohamed Bouazizi se prendió fuego porque la policía le impidió vender fruta en un puesto ambulante. Bouazizi nunca se imaginó que ese acto se convertiría en el detonador de la tan mencionada Primavera Árabe: el levantamiento social en contra de regímenes dictatoriales. Después de Túnez, el fenómeno llegaría a Egipto, Libia, Bahréin y Siria.
En efecto, Túnez y Siria están en las antípodas. En Túnez la primavera es modélica. En enero aprobó la Constitución más progresista en el mundo árabe mientras que en Siria su presidente dictador no ha sido relevado.
En Egipto tumbaron al dictador, a través del voto llegaron los Hermanos Musulmanes, y cuando todo el mundo se asombraba del ejercicio democrático, los generales decidieron golpear a Mursi para instalarse en el poder. Dos pasos hacia delante pero uno hacia atrás. Ahora, a la hermandad musulmana se le persigue y se le encarcela. En Libia sucede algo similar: el preámbulo de la muerte de Gadafi fue videograbado en smartphones bajo la mirada serena de la OTAN. Apedreado, Gadafi dejó una nación inestable. Lo sigue siendo.
Pero regresemos a Siria. De acuerdo con datos proporcionados por Javier Solana (quien hace algunos años diseñó la política exterior de la Unión Europea), en Siria cada día se integran a la pobreza nueve mil personas; 10 mil pierden su trabajo; su PIB pierde 109 mil dólares; 300 personas toman la decisión de desplazarse a otra zona del país o fuera de él. Es decir, Siria requiere de 30 años para que su PIB regrese a los niveles de 2010.
En tres años de guerra civil, en Siria se pueden observar cuatro fases que han minado al país. La primera de ellas tiene que ver con la huida del turismo, y la caída del consumo y la inversión.
La segunda fase tiene que ver con las sanciones internacionales. Europa compraba 90% del petróleo sirio, lo que representaba el 90% de las divisas que entraban al país.
La tercera fase se ubica en 2012, cuando el conflicto llega a Damasco y Alepo, ciudades vitales en la producción de manufacturas pero sobre todo, sedes de los poderes políticos.
La última fase inicia en 2013, cuando la oposición a Al Asad se hizo de la región noroeste donde se ubican gran parte de los recursos energéticos y alimentarios.
Ahora nos encontramos en una nueva fase: Estados Unidos y una enorme coalición de países bombardea al Estado Islámico a Siria. La pregunta no sólo apunta al destino de los yihadistas; la pregunta toral es: ¿El futuro de Al Asad está en riesgo?