SAO PAULO. La ecologista Marina Silva pasó en poco más de un mes de ser la sombra del aspirante socialista a la Presidencia de Brasil, Eduardo Campos, muerto en un accidente aéreo en agosto, a sucederle como candidata y revolucionar por completo el escenario político de cara a los comicios del 5 de octubre.

 

 
Profundamente religiosa y defensora acérrima de la Amazonía, la exsenadora nació hace 56 años en Breu Velho, una aldea amazónica en el estado de Acre, Silva, se presenta como representante de una “nueva política” y promete “cambios” en una eventual gestión, en la que dice que prescindirá de los partidos, para gobernar con “los mejores cuadros” de cada formación.

 

La socioambientalista, como ella mismo se ha descrito, conserva el peso de la juventud, 53 kilos, mantenidos a base de una estricta dieta marcada por un histórico de enfermedades contraídas cuando vivía rodeada de cultivos de caucho.

 

A los seis años su sangre fue contaminada por mercurio, sufrió cinco veces malaria y tres veces hepatitis. Tras agudizarse su enfermedad en la década de 1990, dejó la religión católica y se convirtió a la evangélica.

 

Analfabeta hasta los 16 años, la aspirante a la jefatura del Estado se preparó para ser monja, fue empleada doméstica, profesora y recibió el título universitario de historiadora antes de entrar a formar parte del mundo de la política de la mano del asesinado líder ecologista Chico Mendes, a quien ayudó a defender la Amazonía.

 

En 1988 se afilió al PT de Lula y fue elegida concejal de la ciudad de Río Branco, su primer cargo en una rápida ascensión que la llevó a la Cámara alta en apenas seis años, convirtiéndose en senadora con apenas 36 años.

 

María Osmarina Silva de Souza, a la que algunos llaman la “eco-capitalista” por su intento de combinar la defensa del planeta con el desarrollo económico, ocupó la cartera de Medio Ambiente durante el primer mandato de Lula.

 

En 2008, Silva dejó el cargo por sus divergencias con el Ejecutivo, principalmente con la entonces ministra de Minas y Energía Dilma Rousseff, en torno al modelo de desarrollo para la Amazonía.

 

 
Ese gesto le valió el reconocimiento como obstinada defensora del mayor pulmón vegetal del planeta, pero le hizo ganarse la enemistad de la agroindustria.

 

Prudente y reacia al enfrentamiento directo con sus oponentes, la centinela de la Amazonía, quien siempre anda acompañada de una Biblia, respalda la convivencia de la “economía y la ecología en una misma ecuación”; apuesta por la “independencia” del Banco Central y una reducción del “intervencionismo” del Estado.

 

 

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